×

Advertencia

JUser: :_load: No se ha podido cargar al usuario con 'ID': 5140

Cuando la vida vale mucho menos que un celular

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger


Toda la ciudadanía ha quedado consternada por el vil asesinato de Lina del Rosario Payares Sanjuanelo, el 4 de febrero pasado.

Me refiero a que en este país, consagrado a la todas las vírgenes y a todos los santos, la vida humana vale mucho menos que un teléfono celular de los más sencillos. Una amiga me mostró, hace algunos días, el mensaje que le envió su hija al llegar a Nueva York, donde reside; decía: "Mami, llegué bien. Ya puedo hacer uso del celular en la calle sin temor alguno. Besos...".

Desde hace mucho tiempo en Santa Marta los estudiantes, las secretarias y las personas en general vienen siendo azotadas por las parejas de atracadores de la moto. Varias de las víctimas han sido arrastradas sobre metros de pavimento por mantenerse aferradas al bolso.

En algunos barrios se ha hecho la constante del día. Como es la constante del día, también, el obituario que nutre los tabloides de la sangre, de circulación matinal, algo así como alimento para el alma, bien temprano.

"La Administración Distrital y Policía Nacional refuerzan mecanismos de seguridad para combatir delincuencia en la ciudad". Eso me parece haberlo leído y escuchado en repetidas ocasiones anteriores.

"Preocupados por el hecho ocurrido con la joven universitaria, ...el alcalde Juan Pablo Díaz Granados y el comandante de la Policía del Magdalena César Granados Abaunza, se reunieron en la tarde del sábado con un grupo de habitantes del barrio El Porvenir y sus alrededores, con el propósito de implementar mecanismos para reforzar la seguridad en el sector".

Por lo pronto ya empezaron con ese barrio, y la prensa les dio cartel; ahora les falta hacer las mismas reuniones con el resto de barrios de la ciudad. Porque el asunto no es, no puede ser, sólo con la calentura del dolor y en lugar de los últimos hechos.

Como siempre no han faltado los que fácilmente encuentran la causa determinante en la superficie. Las motos, ya lo dijeron una vez más, son las culpables; igual que el sofá de aquel cornudo, que para evitarse los cachos de la mujer, arrojo el mueble de los encuentros amatorios por la ventana.

Lo que sucede en la ciudad es, en parte, el coletazo de los hechos que han caracterizado la vida nacional en los últimos lustros y cuya influencia en todos los sectores ya ha sido ampliamente debatida y comentada, afirmada y desmentida.

De otra, es la cara oculta de la nueva Santa Marta. La parte que le toca al pueblo del auge turístico, de la Marina Internacional, del Centro histórico adoquinado, de los restaurantes y bares de extranjeros, en fin de la Santa Marta que usted quería. De la cual no escapan ni los barrios de estrato seis que ya hasta comparten también con los barrios del norte la inmundicia de las aguas negras y los barriales.

Sí, Esa misma Santa Marta que se ha quedado sin playas y que cada día se va tiñendo más negro, tanto por la contaminación del polvillo del carbón en su manipulación y embarque portuario como por el luto creciente de su gente.

Sí, la vida vale mucho menos que un teléfono celular de los más sencillos, y no sólo aquí sino en toda esta nación de remiendos e historias inventadas, de engaños y simulacros. De indiferencia, ineficiencia e ineficacia. Donde la corrupción campea de extremo a extremo. Con una justicia de remiendos que, según comentan por las esquinas, los delincuentes ya saben que por mucho son cuatro meses los que han de pagar por un muerto, si es que los atrapan. Donde las recompensas se tiran a la tiña con la certeza de que no habrá quien las cobre.

No es sólo un asunto de estudiantes adoloridos por la muerte de la compañera Lina del Rosario, es un asunto que compete a todos, pues ya se ha convertido en un asunto de la vida y su preservación, ante el permanente acecho criminal bárbaros a quienes la misma sociedad les ha quebrado la dignidad.