Bromistas. Así han llamado al precandidato republicano Donald Trump y al exalcalde de Londres Boris Johnson. A Johnson lo bautizaron en cierto tiempo “bufón de la Corte” porque tenía un refinado humor inglés del que hacía gala en público. A Trump lo celebran de una manera similar.
Las bromas en el mundo político son delicadas, tanto así que el Brexit comenzó como una broma demasiado inglesa dicha a la hora del té —“¿qué tal si nos separamos de la Unión? Seguro nos va mejor”— y terminó en la división literal del Reino Unido en dos y su separación de Europa. Johnson apoyó por meses, con argumentos falaces y francas mentiras, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, aunque meses atrás habría preferido guardarse y recomendar la permanencia. Johnson decía que los turcos iban a llegar en manadas a Reino Unido luego de que Turquía se uniera a la UE; que semana a semana su país enviaba 350 millones de libras a la UE, pero no recibía sino calderilla a cambio. De Johnson han dicho que es un gran intérprete, que su actuación es tan hábil, que nadie puede notar las diferencias entre realidad y ficción en su personalidad.
Incluso David Cameron, que será Primer Ministro hasta octubre y que apoyaba la permanencia de su país, tramitó el referendo con la creencia certera de que sus votantes no fomentarían la mala broma de separarse de la UE.