Llegó diciembre, mes de la alegría, de la luz y del hogar

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Diciembre es un mes especial. Mes, regalo de Dios, para reparar las fuerzas, unir los ánimos, restañar las heridas, olvidar el trabajo, la oficina, las clases, los odios, el estrés, la violencia, y el dolor.

Diciembre es un mes para pasarlo en hogar. Sí, en hogar. Es tiempo de recuperar esta bella institución, el don más bello que Dios le ha dado al hombre: en el hogar nace y crece el ser humano: allí se hace hombre o mujer; allí recupera las fuerzas perdidas, deja de ser liberal o conservador, jefe o esclavo, sabio o torpe. Allí deja de ser yo para convertirse en nosotros. Todo ser humano, varón o mujer, tiene necesidad y derecho a pasar diciembre en familia. Por eso, qué bueno sería: que todos los desplazados regresaran a sus hogares; que todos los guerrilleros amansaran su espíritu indómito y violento pasando diciembre en familia; que todos los soldados y policías hicieran un alto en la guerra y firmaran un convenio de paz en su hogar; que todos los hospitales dieran de alta a los enfermos para que pudieran gozar el mes de diciembre rodeados de los suyos; que todos los presos recuperaran la libertad pasando este mes con los suyos; que todos los religiosos (as) y sacerdotes pasaran diciembre con sus familias; que todos los políticos recuperaran la honestidad al calor del hogar; que todos los empresarios, profesionales, alumnos y profesores gozaran de un merecido descanso, pasando este mes en el hogar.

Diciembre se hizo para pasarla bien en el hogar. No para hacer la guerra, para robar, matar o secuestrar, como tampoco para vaciar los supermercados.