De eso tan malo no dan tanto

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Julio Cortázar escribió en Rayuela que "Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo." Forma muy elegante, de Nobel, para decir que las apariencias pueden engañar.

Hace algo más de una semana, el país se indignó por lo acontecido con la Reforma a la Justicia, en donde doce congresistas le hicieron trampa al país. Pero, ¿de qué nos indignamos? ¿Acaso no fuimos nosotros quienes los elegimos a sabiendas de quienes son? A llorar al mono de la pila.

Pero mi análisis lleva otro derrotero, y es como lo sugiere Cortázar, mirar más allá de lo aparente porque yo creo que de eso tan malo no dan tanto. Yo creo que los doce apóstoles seguían las órdenes de un mesías. No estoy seguro que sea el del Ubérrimo, pero está bien rankeado, de hecho es primero en la lista de sospechosos.

La trampa es tan burda y grosera, que probablemente fue hecha de aposta para generar una crisis. La intención era que el país se diera cuenta y se escandalizara, tumbar toda la reforma y ambientar un referendo, o mejor aún, una constituyente a la medida.

No nos dejemos llevar por lo aparente, y analicemos adonde es que nos quieren llevar, quien y con qué fines.

Cuando el país reacciona llevado por las emociones, pierde la capacidad crítica y es presa fácil de manipulación por parte de personas inescrupulosas.

Es claro que hoy todos los que están sentados a la mesa de juego del poder podrían ganar con este desbarajuste. Para encontrar a los autores intelectuales, debemos preguntarnos quien ganaría más, o incluso, si simplemente el juego está arreglado para que al final todos ganen.

Por otro lado, si es cierto como lo afirman varios senadores, que el Congreso no sería capaz de hacerle una reforma de fondo a la Constitución del 91, entonces, el Congreso no sirve. Y de ser cierto, lo seria solo por la falta de idoneidad de muchos congresistas y no por otras razones.

No hay garantía alguna de que disolver el Congreso, como algunos proponen, en favor de una asamblea constituyente, nos lleve a pastos más verdes. Probablemente, los mismos que hoy están serían elegidos, y los colombianos quedaríamos a merced de sus intereses.

El país político se ha corrompido tanto, que sería peligrosísimo servirle en bandeja de plata una asamblea constituyente. Si a esto le sumamos el pulso por el poder entre el Presidente Santos y Uribe, tenemos que concluir que no es el momento ni de constituyentes ni de referendos.

El país nacional sería el gran perdedor de aventurarse a propiciar escenarios tipo referendo o asamblea constituyente para que Santos y Uribe libren la batalla final por el poder.

De todo este incidente lamento, que un ciudadano a carta cabal y gran jurista, como el doctor Juan Carlos Esguerra, haya salido perjudicado. Es claro que no le quedaba opción distinta a la de renunciar y así asumir las responsabilidades que le correspondían. Ejemplo que muchos deberían seguir; entre otras cosas, ¿ya renunciaron los doce apóstoles autores materiales de este apocalipsis? Sin duda, la renuncia de Esguerra es una pérdida para Colombia. Tengo el honor de haber sido uno de sus discípulos en mis años universitarios, y creo que su único interés fue colocar al servicio del país su experiencia y conocimientos.

Piensa uno que Esguerra merecía mejor suerte, pero tal vez, el temple del acero se conoce realmente cuando es sometido a la prueba del fuego, y ciertamente que en la hora difícil, el doctor Esguerra demostró ser una persona íntegra y de principios que le dio la cara al país.

Ahora nos toca ver como salimos de este atolladero en que estamos metidos. Se han escuchado ideas, pero cualquiera que sea el camino por el que se opte, lo prudente dadas las circunstancias actuales, es tomar el camino seguro de los cauces institucionales ordinarios ya establecidos.

Actuemos rápido, pero sin apresuramientos. No le hagamos el juego ni al referendo ni a la asamblea constituyente, no sea que nos suceda como al napolitano de Rayuela, que un día murió de un síncope, y el tornillo desapareció.