El título de esta columna recuerda una frase acuñada en el Siglo I antes de J.C., y tiene su origen en la herida que una flecha le produjo en la órbita del ojo derecho a Filipo II, nacido en Pella, capital del antiguo reino de Macedonia, en el año 382 a de C., hijo del rey Amíntas III, de la dinastía Argerda. Ptolomeo, amante de la madre de Filipo tomó a este de rehén y lo obligó a marchar a Tebas, ciudad griega.
Esta reminiscencia que nos retrotrae al Siglo I a. de Cristo., parecería anacronismo vacuo, mirada con visión simplista. Sin embargo, trae a colación episodio consumado de la vida de la humanidad, del cual afloran enseñanzas útiles en el momento presente. Así emerge, naturalmente, sin esfuerzo de raciocinio, que, Filipo, gran guerrero, excelente estratega militar, con ejército bien apertrechado, con caballería fortalecida e infantes portadores de las poderosas sarisas, asedió, provocó a militares atenienses y seguramente causó daños y bajas a los adversarios en la refriega, no se libró de recibir herida, tan grave, que su vida estuvo en peligro y le dejó como secuela la pérdida anatómica de su ojo derecho. Ese suceso histórico no trasunta hecho inocuo. Ese acaecimiento, cubierto por la bruma del paso de veinte siglos, marcó impronta en la memoria del intelecto humano.
Dejó un mensaje de verdad incuestionable, diríase que constituye moraleja admonitoria: el que hace la guerra, encuentra respuesta. Y para Filipo fue el flechazo, que la humanidad convirtió en paradigma lapidario: “flechazo al ojo de Filipo”. Pragmática admonición que les dice a los pendencieros, vocingleros violentos y disociadores instintivos que, en la guerra cerval y contumaz de dicterios, ataques e injurias provocada por ellos en contra de ciudadanos y de familias integrantes de la comunidad civil, pueden hallar arcos que les disparen flechazos certeros a los ojos. Que recuerden “que el que a hierro mata, a hierro muere”. Que “cada uno encuentra la horma de su zapato”. Que no olviden la sentencia bíblica: “Con la vara con que midiereis seréis medido”.
Tampoco el adagio: “el que ama el peligro, perece en él”. Que tengan presente la sabiduría de los refranes: “siembra vientos y cosecharás tempestades”. “Después que matas el tigre, ¿le tienes miedo al cuero?”. “La paciencia se agota”. “El buey manso da la cornada”. “No hay enemigo pequeño”. Que sepan que el poder es fugaz, y perenne la justicia. Que no impunemente se vilipendia el honor de las personas o de las familias ni se mancilla la dignidad de una sociedad. Que la villanía no se queda sin sanción.
La maldad es el verdugo del malo. Que eviten el flechazo al ojo de Filipo.