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La carrera antígena

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



En la segunda mitad del siglo XX, plena posguerra, el mundo durmió en el otro lado de la cama con una de las guerras más peligrosas de la historia de la humanidad: la nuclear. Los historiadores la llamaron “carrera armamentista”, un hecho que constituyó en buena medida el piso de la Guerra Fría y que evidenció el poder de la especie humana para autodestruirse haciendo uso de la energía atómica.
Para entonces, las dos potencias mundiales, Estados Unidos y la URSS, se dividían los hemisferios del planeta librando no sólo otras guerras subsidiarias sino la conquista del espacio.

Pues resulta que ahora, bien entrado el siglo XXI, personajes como Bill Gates han dejado claro que ya las guerras no se libran con armas, sino con vacunas; que los enemigos ya no son tan evidentes como el comunismo soviético y que además ya no atacan discriminando por filiación política. Los virus son la nueva amenaza mundial; son enemigos y armas a la vez.

Sin embargo, llama la atención lo que está ocurriendo con el desarrollo de las vacunas, los anuncios de Trump sobre su posible retiro financiero a la OMS y lo que se viene, no sólo en cuanto a la producción y distribución, sino a quién se queda con el mérito y posesión. Empresas líderes de la industria farmacéutica como Pfizer, Roche, Johnson & Johnson o AstraZeneca se disputan el éxito de la vacuna junto con la firma china CanSino Biologics Inc., quienes al parecer son quienes más avanzados están.

De acuerdo con un artículo del epidemiólogo Seth Berkley publicado por la revista Science, tanto los ensayos como la fabricación de las vacunas son altamente costosos. Afirma que una sola instalación de vacunas puede costar unos 500 millones de dólares, sin contar con los costos que acarrea la distribución. En esa medida, Berkley advierte la urgencia de generar incentivos para que los fabricantes puedan producir el número suficiente de vacunas a gran escala, así como la necesidad de voluntad política y el compromiso global de los líderes de los países del G7 y del G20, organizaciones multilaterales como la OMS, y el Banco Mundial. Algo que no parece ir muy en sintonía con el discurso del presidente norteamericano.

Y es que, a decir verdad, el panorama del orden político mundial no es nada claro para una época de postpandemia. Por ahora vemos de nuevo a dos gigantes como China y Estados Unidos en la carrera por conseguir la vacuna, pero nadie realmente ha vaticinado lo que significa en términos económicos, sociales y políticos tener posesión del antígeno. Aunque otros países como Reino Unido y Suiza aparecen en el mapa del mesianismo pandémico, lo cierto es que podríamos estar ante el debate de un nuevo orden global, tal y como sucedió al finalizar la Segunda Guerra Mundial. En esa nueva estructura política internacional, la dependencia que tiene el mundo entero de la economía China no es un factor menor, más si se tiene presente que la potencia asiática representa el 17% del PIB mundial según el Fondo Monetario Internacional. Las alianzas son hoy más necesarias que nunca; las apuestas están abiertas.


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