La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre. Conmemora la profunda unión de corazones entre la Madre del Redentor y el Salvador, por quien ella experimentó muchos dolores interiores debido a la Misión de Jesús, y en especial durante la Pasión y Muerte de su Hijo.
Desde los primeros años de vida de Jesús, María sufrió dolores y ansiedades propios de la maternidad. Por la profecía de Simeón, María supo que una espada le atravesaría el alma. Poco después, la Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto para salvar a Jesús del Rey Herodes (Mt 2,13-23). Cuando Jesús tenía 12 años, María y San José sufrieron el dolor de perderlo durante tres días en el Templo. Desde el inicio de la Misión pública de Jesús, la oposición que tuvo su Hijo, según cuentan los Evangelios, debe de haberla hecho sufrir tremendamente. El culmen de todo esto fue la Cruz.
El título de “Nuestra Señora de los Dolores”, entonces, hace honor a las pruebas que enfrentó la Madre del Siervo Sufriente (Isaías 52,13-53,12), y por eso, esta fiesta se celebra inmediatamente después de la Exaltación de la Santa Cruz.
¿Por qué se celebra esta fiesta?
Como todas las fiestas litúrgicas, esta celebración da gloria a Dios por la obra salvífica que realizó sobre una de Sus creaturas, en este caso, Su creatura más perfecta, María.
Para María, su unión materna de corazón y de alma con su Hijo por la que vivió tanto gozos como sufrimientos, está consumada de manera perfecta en el Cielo. Sin embargo, la unión y el amor maternos de María se extienden todavía hoy en la Tierra a nosotros. En cuanto Madre de Cristo, María es también Madre del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, y nosotros, los miembros de su Hijo como personas (cf Apocalipsis 12,17).
San Luis de Montfort afirmó: “Ni todo el amor de todas las madres alcanzaría a equiparar el amor del corazón de María por sus hijos”. Esto significa que ella hoy también sufre por nosotros, y que podemos recurrir a ella, como se busca a la madre biológica, tanto en las alegrías como en los sufrimientos.
¿Qué es la Coronilla de los Siete Dolores de María?
Conocida como el Rosario Servita o Rosario de los Siete Dolores, esta coronilla incluye siete grupos de siete cuentas separados por siete medallas que representan los siete dolores de María. En el año 1239, la Orden de los Siervos de la Santísima Virgen María, o servitas, decidieron dedicarse a los dolores de María, meditando especialmente esos siete dolores –siete es un número que indica plenitud-. Los servitas promovieron esta devoción particularmente en el siglo XIV durante la peste negra.
Durante el genocidio de Ruanda, en la década de 1980, Nuestra Señora de Kibeho, en una aparición reconocida por la Iglesia a tres muchachas adolescentes, recomendó fervientemente que se rezara la Coronilla de los Siete Dolores. Esta práctica puede servirnos de modelo para tiempos de pruebas personales o corporales.
Siete Dolores de La Virgen
Primer Dolor- La aflicción que causó a su tierno corazón, la profecía del anciano Simeón. - Cuando le dijo: "una espada traspasará tu alma". (Avemaría)
Segundo Dolor- La angustia que padeció su sensibilísimo corazón, en la huida y permanencia en Egipto. - Porque Herodes quería matar al Niño. (Avemaría)
Tercer Dolor- Las congojas que experimentó su solícito corazón, en la pérdida de su Hijo Jesús. (Avemaría)
Cuarto Dolor- La consternación que sintió su maternal corazón, al encontrar a su Hijo Jesús llevando la cruz a cuestas. (Avemaría)
Quinto Dolor- El martirio de su generoso corazón, asistiendo a su Hijo Jesús en la agonía. (Avemaría)
Sexto Dolor- La herida que sufrió su piadoso Corazón, en la lanzada que abrió el costado de su Hijo Jesús. (Avemaría)
Séptimo Dolor- El desconsuelo y desamparo que padeció su amantísimo corazón, en la sepultura de su Hijo Jesús. (Avemaría)
Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Siete gracias, que la Santísima Virgen concede a las almas que le honran diariamente, meditando sus dolores, con el rezo de siete Avemarías. (Santa Brígida)
- Pondré paz en sus familias.
- Serán iluminadas en los Divinos Misterios.
- Las consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
- Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
- Las defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de la vida.
- Las asistiré visiblemente: en el momento de su muerte, verán el rostro de su Madre.
- He conseguido de mi Divino Hijo: que, cuantos propaguen esta devoción, sean trasladados de esta vida terrenal a la felicidad eterna- directamente, pues serán borrados todos sus pecados-, y mi Hijo y Yo seremos su eterna consolación y alegría.