Misericordia quiero y no sacrificios
Un sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar.
Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: «Levántate y ponte ahí en medio».
Y, levantándose, se quedó en pie.
Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?».
Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo: «Extiende tu mano».
Él lo hizo y su mano quedó restablecida. Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.
Reflexión: Hoy más que nunca, necesitamos entender que nada nos debe impedir hacer el bien, mucho menos el miedo al sufrimiento o al dolor. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a responder con un corazón generoso y lleno de su amor.