Da pena decirlo, pero…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Wilfrido De la Hoz

Wilfrido De la Hoz

Columna: Opinión

e-mail: wilfridodelahoz@gmail.com



Esta vez me voy a referir a la confianza que los gobernantes deben lograr de sus gobernados dentro de un marco de valores democráticos. Para ello me aproximo a las ideas expresadas en la obra La confianza como valor en la gestión.

En primer lugar digo que, en un régimen democrático, los gobernantes obtienen la confianza de los ciudadanos debido al buen comportamiento que dan a conocer ante los gobernados; entendiendo un buen comportamiento como la disposición constante del alma para las acciones conforme a la ley y a la moral. Esto implica una mínima similitud de intereses y de valores entre ambos.

Por lo que escuchamos y leemos casi a diario, los gobernantes en Colombia parece que estuvieran inclinados o propensos a lo malo, a acoger las famosas recomendaciones que Maquiavelo hacía a su príncipe: ¨Un gobernante prudente no debe cumplir lo que promete cuando ello vaya en contra de sus intereses, ni cuando ya no existan las razones que lo llevaron a comprometerse…¨

No se requiere ser muy crítico para darse cuenta que muchos de nuestros gobernantes siguen al pie de la letra este consejo, aunque se hagan los desentendidos a la luz de los hechos, como si a los gobernados no les importara su conducta.

Da dolor y pena decirlo, pero algunos de nuestros gobernantes carecen de la mayor virtud de alto valor social y personal como la honradez; debido a esta carencia, acusan graves problemas de corrupción, la cual agrede y traiciona la confianza, pilar de toda relación social.

Los colombianos estamos observando que personajes sin antecedentes de riqueza, cuando logran un alto puesto en el gobierno, negocian, arreglan, venden, traicionan, trafican con influencias, exigen, suman bienes insólitos en su patrimonio; luego se despiden de ese período de abundancia y se prepararan para saltar al siguiente cargo, agregando a sus haberes incontables y múltiples propiedades, cuentas bancarias, y lo más usual, nombres prestados o testaferros para intentar esconder sus andanzas.

Ya se olvidó en nuestra conciencia nacional que cuando se escoge a un ciudadano para gobernar, este debe tener una consciencia limpia de que asume un gran compromiso y una gran responsabilidad; debe demostrar con hechos que se encuentra capacitado para desempeñar ese cargo.

Esto implica ser congruente con los ofrecimientos de campaña, cumplir su programa de acción y tener la firme convicción de que sus decisiones afectan o benefician a todos los gobernados.

El gobernante que transfiere culpas pierde la confianza de los ciudadanos y de sus colaboradores, porque nadie elige a un gobernante para que gane un concurso de popularidad, sino para que conduzca el esfuerzo colectivo y lo haga desembocar en una mayor calidad de vida. No hay nada más sencillo que buscar culpables, argumentar pretextos o hacerse a un lado cuando la realidad pone en evidencia algunas decisiones equivocadas.