Clamando justicia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

María Padilla Berrío

María Padilla Berrío

Columna: Opinión

e-mail: majipabe@hotmail.com

Twitter: @MajiPaBe



"Dotora, si uno sabe de alguien que ha hecho algo malo, ¿a dónde va uno o cómo hace?", me preguntó suplicante ante el desespero desmedido que se le notaba en los cinco años que llevaba tratando de que, tan siquiera, le dijeran dónde habían tirado el cuerpo de su hijo. Para empezar, yo no entendía muy bien el contexto del que la señora me hablaba, pues, como a nivel de la burocracia quedamos reducidos a papeles y trámites, la señora era usuaria del consultorio jurídico de la Universidad y yo, apenas divagando, estaba buscando en ese inmenso mundo de datos, los "pendientes" de la usuaria.

Me quedé mirándola, como a la espera de que ella ampliara la información, porque sentía terror y vergüenza de preguntar por el trasfondo de esa duda, a sabiendas de que me iba a encontrar con una historia de amenazas, desapariciones, muertes y lucha incansable por la verdad; los grandes demonios de nuestra sociedad. En los cinco años que llevaba desaparecido su hijo, la señora había ido dos veces "monte arriba", a encarar a quienes, según ella, habían tenido mucho que ver con tan lamentable hecho.

"¿Uno cómo hace dotora?", (sic) me volvió a increpar, sin que yo hubiese tenido mucho tiempo de reaccionar, entre otras cosas porque ese mundo de las víctimas, la cara de las víctimas, no era muy familiar para mí. Siempre he leído sobre las barbaridades de este país, para nadie es un secreto la larga lista de desgracias que llevan a cuestas esos que, en el olvido más absoluto, son quienes terminan poniendo la cuota del conflicto interno de este país, quienes, en últimas, son las escalofriantes cifras de desaparición, asesinato y barbarie, y aun así, estaba aterrorizada frente a aquella señora.

Una compañera, que llevaba más antigüedad en esos procesos, notó la tensión y salió al rescate. Se sentó conmigo y, con una sutil mirada, acordamos que haríamos las preguntas necesarias. "¿A qué se refiere concretamente señora?", preguntó mi compañera, y yo seguidamente, con algo de más valor, terminé por preguntar sobre qué tipo de actos hablaba, y cómo sabía ella quienes eran esas personas.

La señora, que hizo amague de contestar, soltó informaciones dispersas, como cuando tenemos mucho para decir pero no sabemos cómo ordenarlo y, a mitad de las palabras, pasó lo que temía, la señora trató de seguir el hilo pero la voz se entrecortó y, seguidamente, el torrencial llanto hizo su aparición. Hasta donde relató, a la señora le desaparecieron su hijo en un pueblo de Antioquia, al cual llegó unos meses después de haber sido desplazado por la violencia.

Su hijo, que andaba tratando de "ganarse la vida", llegó a la población con las expectativas de un trabajo, truncadas por la puesta en escena de un grupo armado, quienes llegaron para llevarlo a las sendas del nunca más. Su madre, desde entonces, ha tocado todas las puertas que ha podido, sin recibir respuesta. En la Fiscalía, incluso, archivaron el caso sin siquiera investigarlo, lo que ella no entiende y nadie es capaz de explicarle, porque cómo se explica algo así.

Desde entonces, aunque la señora acude a cuanta "autoridad" existe, su desgaste y cansancio reflejan esa cara de la moneda de quienes, por desgracia o maldición, pueden dar fe de que la justicia en este país, lejos de ser ese referente de la sociedad, termina por ser la aliada del caos rampante e imperante en el que se ha convertido nuestro entorno. Por ello, lejos de ser un simple problema de los actores del caos, los problemas estructurales que tiene este país van, desde la falta de compromiso de sus dirigentes, pasando por el desinterés de los operadores de justicia, hasta la negligencia exacerbada de las instituciones.