Mitos y catástrofes

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Eso de decir que "nadie tiene la culpa de las catástrofes ocasionadas por la ola invernal" es agregar una mayor dosis a la irresponsabilidad reinante. Es un intento de capotear la crítica por parte de una serie de funcionarios que, ante las graves circunstancias, siempre han dado muestras de incompetencia. Es utilizar como cortina de humo el dolor de los damnificados para negar la triste realidad: no planifican. No se necesita hacer un gran esfuerzo intelectual para uno darse cuenta que los hombres tenemos suficiente información científica y técnica sobre la naturaleza como para predecir muchos de los fenómenos naturales y las consecuencias que de manera irreparable hoy nos afectan.

Los ecosistemas dentro de los cuales interactuamos han llegado a ser, desde hace tiempo, objeto de la conciencia y de las ciencias humanas. Pensar que el hombre se relaciona con su entorno de la misma manera que los animales, es un despropósito o una ignorancia. Me atrevería a decir que si los humanos actuáramos de forma instintiva, seguramente no escogeríamos como sitios de asentamiento durables aquellos parajes de alto riesgo. Me refiero a poblar una deleznable ladera, o las riberas de un caudaloso río, o de un gran complejo lagunar. Existe una gran diferencia entre el mundo de la biosfera y el de la noosfera. O lo que es lo mismo: entre animalidad y la historia humana.

En sentido general, ninguno de los mecanismos evolutivos de los animales conserva vigencia en la dinámica de la historia humana. No existe una "territorialidad humana" en un sentido ecológico, sino una distribución espacial del suelo que se deriva de una ley económica: la renta del suelo. Por eso no es correcto hablar de la existencia de un ethos, o de un nicho, o de un "hábitat" humanos para justificar muchas desgracias que hoy afligen sobre todo a sectores deprimidos. Son casi siempre los pobres los que se numeran ante las emergencias naturales como auténticos damnificados. La distribución del espacio urbano o rural no responde a leyes de la biología, sino a leyes derivadas del orden social. De ahí que las graves emergencias que hoy vivimos ponen en flagrancia la penosa inequidad social que se vive en Colombia y, a su vez, la insensibilidad social de los gobiernos locales o regionales que sólo saben recurrir a la solidaridad de la gente que no son capaces de proteger.

Ante el agobio por la magnitud del desastre invernal aflora una serie de mitos "encubridores" de la profunda realidad. Somos, en veces, victimarios de la naturaleza, la misma que a la larga termina convertida en una especie de Frankenstein, cobrándonos de manera despiadada nuestros desafueros. En veces emerge el mito del "nativo ecológico" que convoca a un retorno cuasi-natural: limitarnos a recibir de la naturaleza sólo lo que nos quiera ofrecer. También en veces desde las religiones algunos se aprovechan para advertirnos una vez más que el final está a la vuelta de la esquina. Entonces el desastre invernal no es una tragedia natural sino un castigo de algún dios. Para que todos terminemos aceptando que en nuestras desgracias nada tienen que ver quienes gobiernan el mundo.

El hombre ha sido capaz de traer la montaña a Mahoma. Muchas enfermedades (tan naturales como las inundaciones) que antes azotaban al hombre son cuestiones del pasado. Es el hombre la única especie que ha desbaratado y rearmado (muchas veces con terribles consecuencias) el legado natural de donde hemos emergido. El peligro de la desestabilización de la "naturaleza" por parte del ser humano no es más que la contracara de la reestructuración de la misma naturaleza como cuerpo inorgánico de la especie humana.

Nuestras calamidades derivadas del agudo invierno deben convocarnos a un re-pensamiento de los espacios humanos. A un debate sobre las políticas ambientales y demográficas que minimicen lo más posible los factores de riesgos que se ciernen sobre buena parte de nuestras poblaciones. Debemos hablar de la humana relación que debe existir entre el desarrollo y el medio ambiente. Muchas de nuestras autoridades ambientales son un mal ejemplo de ineptitud y de corrupción. No previenen. Y cuando actúan, por regla general, es demasiado tarde. Con las tragedias humanas derivadas de los desastres naturales aumenta, por desgracia, explicaciones supersticiosas que nos condenan a una repetición crónica de la impotencia. No existe una tierra prometida. Es el mismo hombre quien con su esfuerzo tiene que construirla.