No frustremos a los jóvenes

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Se acaba el año y es el momento de comprobar qué se pudo lograr y esperar que en el futuro cercano lleguen las soluciones pendientes. Hoy, cuando diciembre se acerca a su final, quiero resaltar una conducta que, definitivamente, no debe repetirse en el campo de la educación.

El pasado 6 de diciembre hubo un acto de graduación de bachilleres en un colegio de la ciudad. Una de las niñas graduandas se destacó entre todas, hasta el extremo de que sus profesores le dijeron que necesitaría un carro para llevarse tantas medallas y reconocimientos. En resumen, la nueva bachiller siempre fue la de mejor rendimiento desde el grado 6 hasta el 11. E

n sus ratos libres, en su casa, se había convertido en auxiliar o monitora de sus compañeras en diferentes asignaturas. Es más, esa joven con su puesto destacadísimo en las pruebas Saber se ganó el derecho a disfrutar de una de las becas que ofrece el Gobierno para los mejores estudiantes de Colombia.

Gracias a ese merecido premio cursará la carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad del Norte, aunque pudo haber escogido cualquiera otra entre las mejores del país.

Pues bien; este caso me llama la atención porque hace seis años la joven de esta historia quiso entrar al grado 6 en un colegio que la atraía por la calidad de la enseñanza que allí se ofrece.

Además, varias niñas familiares de ella habían estudiado en ese plantel hasta obtener sus respectivos diplomas de bachiller. Había otras dos razones: sus pocos recursos económicos y pertenecer al sector correspondiente a ese colegio.

Era septiembre u octubre. La madre de la niña trató de conseguirle un cupo. No fue posible. La razón por la cual no podía ser admitida para el grado 6: "El año entrante va a cumplir 12 años". Con esa determinación el colegio cerraba las puertas a una joven con aspiraciones legítimas de ingresar a la educación media colombiana.

A la desilusionada madre le aconsejaron que le consiguiera un cupo en el Instituto Magdalena. Así lo hizo, y hoy, pese a los obstáculos iníciales, se cierra felizmente esa historia, que se repite en numerosos hogares samarios.

Como no puedo desprenderme de mi condición de maestro, critico a los docentes que se han inventado la estúpida norma de cerrar las puertas a estudiantes que sobrepasan los 10 años de edad. No es posible que se pretenda mezclar a esos niños con los adultos que hace unos años cursaban estudios en jornadas nocturnas. ¿Saben esos colegas cuántos niños deciden no continuar sus estudios ante ese primer tropiezo?

De otra parte, la determinación que aquí estamos criticando no es norma impuesta por el Gobierno; lo que significa que son los profesores (que generalmente pertenecen al estrato popular) quienes están frustrando las aspiraciones de niños de su propia clase social.

La llamada 'clase social alta' no tiene límites de edad para educar a los suyos, a esos que con todas las comodidades estudian en colegios privados. Por esa razón serán los eternos dirigentes de nuestros pueblos.

Esta última Acotación del año quiero que sea un cordial llamado a la reflexión para mis queridos ex compañeros en la actividad docente. ¡Feliz año nuevo para todos los lectores de esta columna!