No es cuestión de bandos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



En días anteriores debí participar en diversas actividades que me permitieron explorar la reacción que manifiestan las personas cuando debaten asuntos tan sensibles como el proceso de paz, el terrorismo, el crecimiento económico o la injusticia social.

Tengo que decir honestamente que el grado de polarización observado en el entorno supera los límites deseados, incluso, podría expresarse que las discusiones de tipo político, económico o religioso han alcanzado un nivel de fogosidad que invita a la renovación de la violencia sectaria de otras épocas.

Igual a lo que se aprecia en otras regiones del mundo, en nuestro país, la animosidad ha superado grandemente el sano razonamiento y la tolerancia.

Es como si hubiésemos regresado a una era oscura de fanatismo. La Colombia de hoy es presa de un juego siniestro, enrarecido por un liderazgo político negativo, y se convulsiona espantosamente por causa de las tendencias de pensamiento corruptas que utilizan los piratas de la anarquía moderna.
La discusión de temas de diferente índole dejó de ser una actividad saludable, para convertirse anacrónicamente en una especie de virus que inunda el corazón de las personas y les invita a maldecir la existencia de sus contradictores.

El dogmatismo irreverente y la manifestación de dioses nefastos han germinado, y junto con ellos, ha renacido en el alma de las nuevas generaciones el deseo de exterminar a quien no piense como ellas lo hacen.

Así como en Venezuela y el Medio Oriente, o la antigua Roma y la desmantelada Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas de Stalin y Lenin, en el mundo anárquico del siglo XXI no hay cabida para la libre opinión. Solo existen modelos ideológicos estructurados bajo los lineamientos del autoritarismo y el terrorismo de Estado. El pensamiento político y religioso nuevamente ha llegado a ser una imposición, no una opción válida que denote la libre reflexión.

Muchos dirán: "estamos construyendo país a partir de la argumentación y discusión de los problemas que afectan a las comunidades", sin embargo, los hechos indican que con la actitud desafiante y hostil que domina la mente, lo único que estamos logrando es la desintegración de la patria.

A medida que pasa el tiempo, y en medio de tanto debate absurdo, el país se sumerge inevitablemente en las aguas tenebrosas de la polarización y el divisionismo, esto, como es de suponer, trae como consecuencia la degradación de la sociedad. Para los sinvergüenzas que aman el poder y todo lo que representa, lo importante no es Colombia o su gente, sino, dominar a cualquier coste el mundo amañado de la política, la religión, y la economía.

Maltratamos de palabra y de hecho a los contradictores sin importar siquiera la calidad de ser humano del interlocutor.

En cuestión de pensamiento mi posición es la única que puede ser declarada válida, por ello tengo derecho a afrentar al que me hace conversación en la fila del banco, la oficina, el colegio, la universidad o en el transporte público. Tengo la verdad absoluta, y nada puede oponerse al estúpido pensamiento que me hace caer.

Mientras los ánimos se calientan en medio de la desgracia de una sociedad desgastada por fenómenos como la corrupción, la violencia, el terrorismo, la pobreza extrema y miles de cosas más que perturban la sana convivencia, al interior de los partidos y colectividades se desata aún más la furia extrema en contra de los contradictores políticos. La lucha por el poder ciega la capacidad de razonamiento del ser humano, al tiempo que el proceder inescrupuloso de los que desangran al país sigue su curso normal.
En resumen, se aplican estándares de dirigencia política basados en el cinismo, la corrupción y la ambición desmedida. Por esto, la fatalidad del mundo en que vivimos.
Cuidado, pues no es cuestión de bandos o de imponer el pensamiento por la fuerza, sino de proyectar un mundo mejor edificado a partir del pensamiento noble de las personas.