Colombia versus locombia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La otra noche escuchaba al concejal de Bogotá Juan Carlos Flórez afirmar, en un programa radial de esos de discusiones interminables, que, a propósito de las insidiosas críticas de la extrema derecha al proceso de paz, y de las respuestas del gobierno a las mismas, él creía que Santos y su gente deberían dedicarse exclusivamente a hacer pedagogía procesal con el pueblo, pues, en la medida en que el objetivo de Uribe y demás es "legítimo", no cabe la confrontación. Típica posición del político mediocre colombiano: ni chicha, ni limoná, como decía Gaitán. Flórez, con un discursito de hippie viejo de dizque centro engatusa a más de uno, y, sobre todo, les da argumentos a quienes, como las víboras, no pueden recibir la mínima ventaja. Mientras invoca el cuento de la no-confrontación con Uribe, para ganar adeptos entre los bobos que creen que las cosas se hacen solas, también trata de quedar bien con los uribistas arguyendo que el objetivo de ese expresidente es "legítimo". Pues no, señor: en Colombia, no es legítimo dañar la paz, azuzar la guerra.
Nunca lo ha sido. ¿Hasta cuándo habrá que seguir repitiendo que la Constitución Política nos obliga a todos y, especialmente, al presidente de la República, a buscar sin derecho a desaliento la bendita paz? Es lamentable que, como con los niños pequeños, o los carentes de razón, siempre tengan que venir los organismos, personas y voces internacionales, la "comunidad internacional", a recordarles a los loquitos colombianos qué es lo que deben hacer con su desgracia histórica particular, para que no sigan matándose unos a otros. Tan es así, esto, que hasta Uribe lo sabe: sabe que no buscó bien la paz en ocho años, como era su deber, más allá de los intentos por comprar individuos en venta para aparentar (o para crear con humo, gracias a Mandrake Restrepo) algún proceso de paz que no sería nada (y que le redituara excusas para seguir la guerra); o que terminaría en una paz firmada e insostenible (sin víctimas y sin tierras que devolver, o sea, sin paramilitares, o sea, sin que su nombre apareciera en el conflicto y sí en esa paz sucedánea).
Santos debe seguir enfrentando a la oposición guerrerista, punto por punto, y no dejarse llevar por posiciones no realistas, o incluso por las improcedentes "órdenes" de la guerrilla en el sentido de ignorar a Uribe. El gobierno no puede desconocer al líder de la ultraderecha porque, más allá de que me guste o no, ese senador representa a una parte de los que votan, aunque afortunadamente ya no a la mayoría (¿alguna vez la mayoría prefirió la bala?). Así, la mejor de las dos Colombias debe derrotar con convicciones de avanzada a aquellos que, por diversas circunstancias, creen que la juventud colombiana (pero no sus hijos), la plata pública, la economía y la tranquilidad hay que tirarlas al cesto de la basura. Por lo demás, entre muchas incertidumbres, hay una certeza: la legitimidad de la paz, que después se oficializará en las urnas-como debe ser-, se pergeña con negociación efectiva en Cuba, con mayor hostigamiento a la guerrilla, y con política nacional e internacional hecha desde la jefatura del Estado. El presidente, en esto, hace lo que corresponde.