¿Soluciones policiales para problemas sociales?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Una sociedad, para ser moderna, debe ser equitativa, equilibrada, incluyente, respetuosa, con amplias oportunidades de educación, empleo digno, vivienda decente, acceso a servicios públicos, salud, seguridad, etc. Las sociedades premodernas se caracterizan por modelos económicos anticuados, creencias absurdas, y profundas desigualdades sociales y políticas.
En los regímenes feudales, el poder estaba descentralizado regionalmente en los señores, que tenían derecho a todo, y los demás estaban a su servicio, sus vasallos. Su funcionamiento dependía de ejércitos poderosos y del control espiritual mediante la religión. A causa de las cruzadas, la monarquía absoluta centraliza el poder; con el crecimiento de los burgos y las consecuentes libertades ciudadanas, el sistema feudal desaparece. Las revoluciones de los siglos XVII a XX cambian la historia y el mapa político: se independizan los Estados Unidos de Inglaterra, la Revolución Francesa impone una república civil liberta, los países de América se zafan del yugo español, la revolución bolchevique derroca a la dinastía Romanov, asiáticos y africanos se sacuden de sus invasores y el mundo va cambiando su mapa político en medio de las guerras mundiales, y luego, con la Guerra Fría, se vuelve a barajar: el mundo no es el mismo. Ahora aparecen muchos sistemas políticos, variantes y combinaciones de todos ellos; el mundo tiene un hermoso colorido nunca antes visto, aún con algunos tenebrosos sistemas de extremas políticas y religiosas.
Desde luego, los viejos regímenes no quieren salir del espectro y deben sostenerse a cualquier precio. El feudalismo y las monarquías que aún persisten -incluso, con ropajes "democráticos"-, el fracasado comunismo, el peligroso fascismo o el aberrante imperialismo basan su permanencia en elementos similares: un líder todopoderoso a quien todos deben rendirse, un enemigo (real o ficticio, da lo mismo: si no existe se inventa) que amenaza la felicidad del sistema, la siembra de temores colectivos de infiernos fuera del sistema mediante aparatos de propaganda, etc. Al final, aunque diferentes en sus formas son iguales en sus contenidos, doctrinas y acciones. La represión del pensamiento distinto, una educación precaria y el provocado temor (que no respeto, algo muy diferente) a las autoridades facilitan el objetivo. Pero ello trae atados sus propios demonios: restricción de libertades, prohibicionismo y solución armada para los problemas civiles derivados de ello, además del consecuente enfrentamiento entre totalitarios adeptos -casi siempre fanáticos- y libertarios -también con su propia dosis de fanatismo-, por lo regular en minoría y vistos como peligrosos elementos para la sociedad. Es ahí donde cárceles, multas y castigos, señalamientos, excomuniones y demás hacen feria.
Una sociedad como la nuestra, con graves enfermedades sociales (desigualdad extrema, "educación" arcaica (más bien, instrucción al servicio del sistema) que además no llega a todos, empleo de mala calidad cuando no subempleo, extrema concentración de riquezas, violencia, etc., no se dañó porque sí, porque unos cuentos decidieron enloquecer y agruparse para sembrar caos. Desde las raíces de nuestra historia hasta el presente hay un común denominador: la carencia de oportunidades para la mayoría, especialmente de educación. Claro, ello no justifica nuestra locura colectiva pero permite visualizar causas y consecuencias.
Cuando las noticias de violencia copan los medios masivos: los punketos que muelen a muchacho "porque quieren sangre de gomelo", los alucinados guerrilleros y su canalla terrorismo, los soldados que asesinan a un motociclista porque no atendió una orden de detenerse, etc; cuando la corrupción desborda cualquier límite, cuando la justicia es ciega -pero ciega de verdad, sin balanza ni fiel-, con toda razón el colectivo pide respuestas contundentes: las autoridades las dan a la medida de su formación, ignorancia e intereses: más declaraciones belicistas, más cárceles, más policías a la calle, nuevos códigos repletos de represión, etc. ¿Ha resuelto eso los problemas estructurales de Colombia? No, definitivamente, porque falta el componente principal, al que le temen muchos gobiernos: la educación. Es apenas natural que las desviaciones del comportamiento personal y social que afecten a los demás deban ser encausadas nuevamente, con el mínimo necesario ejercicio de autoridad. Pero estamos en un círculo vicioso que pretende solucionar con violencia y represión las carencias de la inmensa mayoría de colombianos.

En la situación actual, los paños de agua tibia no sirven para enfrentar las enfermedades sociales que nos carcomen, pero insistir en separar al grueso de la población de las oportunidades que mal usan pero bien aprovechan unos pocos, es seguir creyendo que el fuego se apaga con gasolina. Mientras los piquetes policiales se solazan repartiendo bolillo a diestra y siniestra, y los jueces sueltan delincuentes, en las cárceles se hacinan presos por delitos menores, y los legisladores crean códigos cada vez más rigurosos. Por su parte, los gobiernos del orden nacional, regional y local deben poner sus esfuerzos en la educación, siempre en la educación, pero acorde con los tiempos: de no hacerlo, fracasaremos como sociedad. Claro, de hacerlo gana el colectivo social, pero fracasaría nuestro sistema político, lo cual no conviene a esos pocos que pretenden mantenernos en la premodernidad.