Si quieres paz…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



(…) prepárate para la guerra. Viejo refrán que en Colombia es la pura verdad. Me ha hecho el favor Andrés Pastrana de recordarme, con su habitual desfachatez, la desgracia que puede acaecerle a un país cuando merced a su propia mezquindad elige a un inútil para que lo dirija.

La paz de Pastrana, la que no pudo lograr, no era una paz para los colombianos, nunca lo fue: era suya y de nadie más.

Aficionado al relumbrón, el eterno expresidente aspiraba durante su ejercicio a ganarse el Premio Nobel de la Paz, todos lo sabemos, y, aunque eso inicialmente no es un mal en sí mismo, sí es inaceptable que la jefatura del Estado, de la patria, sea el altar sobre el que pisotón mediante se monta un vanidoso para satisfacerse, onanista, dejando las cosas peor de lo que las encontró, y terminando de abonar la tierra para que un engendro social como el aborto uribista viera la luz, y nosotros la oscuridad.

A Andresito le debemos pues, en gran medida, la desgracia politiquero-electorera que sobrevino formalmente desde 2002, y que antes, al menos, no era motivo de orgullo público para nadie decente en Colombia.

Tenía quince años esperando ver expuesta la verdadera cara del falso profeta, hijo de otro bueno para nada, bueno para el estado de sitio criminal apenas, aquel sardónico Misael. Pastrana hijo se hizo elegir en 1998 con la promesa de la paz, para lo cual fue ungido por las Farc como el idiota que les sería de utilidad en la presidencia de la República. Y a fe que lo fue.

Hoy, que a nadie le importa lo que diga o haga, porque los pueblos van aprendiendo -aunque frecuentemente a las patadas-, el muy cobarde dijo-y-no-hizo ha venido a sabotear el proceso de paz serio y responsable de La Habana, que en verdad puede, por sus especiales circunstancias, producir resultados positivos a lo largo del tiempo por venir. Para ello no ha dudado en hacerle el juego al uribismo -a cual más despreciable-, y, para rematar, se ha hecho eco de la abyección de los venezolanos enemigos de su propio pueblo hambriento.

Esto no debería sorprender: después de todo, ¿de parte de quién va a estar un individuo tan superficial? Se trata, Pastrana, de un fascista más que, debido a sus reales convicciones (?), nunca habría podido hacer la paz con la guerrilla, ahora Colombia lo sabe. Más vale tarde que nunca.

La lección que hay que extraer de todo esto es muy simple: la paz había estado en manos, hasta ahora, de indolentes como Pastrana, que son los enemigos del progreso de Colombia, las más de las veces con sólidas razones egoístas para ello. Por eso, como se ve, la paz es cosa que hay que imponer, aunque suene raro dicho así.

¿Cómo se impone la paz, y a quiénes? Se empieza con la des-paramilitarización de la conciencia colombiana, producto de quitar de en medio el tradicional móvil de la retaliación, frente a un enemigo deslegitimado que debe desaparecer del escenario de la guerra ideológica para así fortalecer la discusión política, único camino. Ida la guerrilla más grande, es de esperar que se debilite el circuito eterno de violencia, la sangre y el fuego -el fuego y la sangre-, que a todos se nos ha vuelto tan costumbre.

Hay que vivir la polarización social que naturalmente produce el proceso de paz como una verdadera guerra definitiva y definidora, en la que nos enfrentamos los colombianos que queremos un país nuevo (de la mano de gobiernos como el actual, que mal que bien ha sentado una base pacificadora -sin paz no hay paz, leía en un graffiti-, y que por eso se ha ganado respeto), y los que quieren que el pueblo colombiano siga siendo lo que ha sido: un conglomerado de confundidos que votan por miedo, y que eligen castigos divinos como Pastrana, o como Uribe. La causa de la paz vale todas las penas.