Derecho,literatura y vida

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Si bien se trata de diferentes disciplinas, el Derecho y la literatura, de las cuales no es posible predicar una absoluta identidad desde el punto de vista material -y aún del formal-, hay determinados paralelismos que permitirían colegir, respecto del quehacer de ambas, una cierta correspondencia en tanto que manifestaciones superiores de la existencia humana.

En primera instancia, es muy fácil acercarse al asunto advirtiendo la pertinencia de aquel señalamiento que ya tantos han hecho en referencia al lenguaje (otrora vehículo del pensamiento) como elemento en común de estas dos actividades, la literaria y la jurídica -que no la trivialmente judicial-, tomando en consideración que en la construcción de los discursos de cada cual se hace menester, como es apenas lógico, que quien pretenda hacerse con la gracia de persuadir a su eventual receptor, deberá, por fuerza, dar muestras de pleno señorío sobre la lengua, para que así ésta obedezca y se someta a los dictados de sus razonamientos -de tenerlos-. Hasta aquí todo parece muy lógico y suficiente, en tratándose de explicar ese punto de tocamiento lingüístico antes descrito. (No hay que olvidar la ya casi bicentenaria colaboración que un literato venezolano residente en Chile, Andrés Bello, prestó en la consolidación del Derecho Civil en la América hispana, a partir de la sabia versión del francés al español que realizara del Código Napoleón).

Respecto de lo anterior, sin embargo, cabe trazar una analogía con relación a las diferentes calidades de los sujetos que hacen del uso del lenguaje su objeto de trabajo; esto es: uno es el discurso largo y vacío del abogado parlanchín, por ejemplo, cuya finalidad las más de las veces es perpetrar la confusión del pobre cliente -ni hablar del ya confundido funcionario judicial-, para así facilitar el cumplimiento de dos fines que, seguramente, han sido premeditados por el ilustre letrado: la defensa de la inflación de sus honorarios, y el ocultamiento sucedáneo de sus carencias profesionales. Dos pájaros de un tiro. En cambio, el discurso del abogado de verdad, parafraseando al jurista uruguayo Couture, es el del que aprende el Derecho estudiando, y que, además, lo ejerce pensando (en los problemas jurídicos de sus negocios, entiéndase, no en los esguinces a la ley).

En este sentido, obviamente, resulta natural inferir que, a pesar de que ambos individuos necesitan de la comunicación para lograr su propósito, surge un abismo entre el mensaje transmitido por uno y otro, tan grande como el que hay respecto de un ser real y una caricatura.

Entonces, concretando el símil que he pretendido, puede decirse, también, que entre el escritor malo, artificioso, vano, y el verdadero artesano de las palabras, que logra sublimar la gris cotidianidad con su don poético, media una cordillera diferenciadora, sin importar que los dos, de hecho, se valgan del manoseo del idioma para vivir.

Así, la utilización del lenguaje por parte de literatos y juristas, en la práctica de sus respectivos intereses, no es siempre relevante para la comprensión de la realidad, tanto como no siempre algunos pretendidos literatos y juristas son, efectivamente, tales.

Pues bien, teniendo en claro esto, deviene en especialmente importante señalar que, contrario a la creencia generalizada, la cuestión meramente idiomática no dibuja la intersección entre el Derecho y la Literatura que aquí insto considerar. No. Asumir lo opuesto sería darle prelación a la forma sobre el fondo; por manera que hay que buscar en la materia tanto de uno como de otro universo (las normas, las letras) el momento en que se rozan y se descubren mutuamente como instrumentos que el hombre se ha dado a sí mismo para autodescubrirse y aprehender la propia vida.

De esta forma, por ejemplo, la condición humana se nos aparece patéticamente cuando en un diferendo entre dos partes se logra establecer una suerte de "historia procesal", basada en hechos probados jurídicamente relevantes que, tal vez por ello, revelan la pulpa del vivir, los motivos de la gente para actuar, lo que no se dice, el morbo de lo oculto.

Eso igualmente es Derecho. La literatura desea mostrar lo mismo, y para hacerlo, a menudo se vale del paisaje que antes ha creado el Derecho en la sociedad que regula.

Pues cada buena novela escrita no es sino la apropiación de los colores -que se ven al trasluz del transcurrir social- que ha hecho un miembro de la comunidad para crear una pintura en prosa que a su vez conmueva al resto de los integrantes de ese conglomerado, recordándoles amablemente que aún no han muerto, aunque el Estado les insinuare lo contrario.

Justamente, la vida es el resquicio que se abre cuando una cosa alimenta a la otra: cuando la literatura, en su juicio a los culpables del extravío humano, condena al Derecho, y también, cuando éste responde demostrando que la realidad de que se ocupa siempre superará cualquier ficción.