Los tiempos de las cometas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



Escuchando la vieja y hermosa canción de Fredy Molina, vienen a mi mente los más agradables y sentidos recuerdos. Recuerdos realmente memorables de mi infancia y la infancia de aquellos que junto a mí caminaron a orillas del río Manzanares, cazaron pájaros en Gaira y la planta, recogieron mangos y guayabas en decenas de fincas del Perehuetano y Bonda, mientras los vigilantes disparaban al aire. O de aquellos que a mi lado jugaron fútbol en las canchas del sur y los troncos.

Escuchando esa hermosa canción realmente vienen a mí recuerdos especiales que me llenan de emoción. Sin embargo, al mismo tiempo, llega directamente de no sé donde, la tristeza y la nostalgia infinita que agobia mi corazón por no poder vivir esos recuerdos nuevamente.

Los boliches, el pote, el zapato, cuatro, ocho y doce, y miles de juegos más como la olleta (juego de trompos en el cual el perdedor veía como su juguete era despezado por un gigantesco machete), hacían parte del gigantesco repertorio de actividades recreativas de los niños felices de mi época.

Sí, los niños de mi época realmente eran felices. Jugaban, jugaban y jugaban, pero no con un computador que los obliga a matar, si no con lo que hoy no es recordado siquiera. Jugaban al amanecer y al anochecer. Reían y morían de felicidad y contento porque la Santa Marta del pasado era indudablemente el lugar más bello y sano del planeta.

La Bella y radiante Santa Marta de mi infancia no vivía a oscuras porque, aunque no hubiese luz en las noches, era agraciadamente iluminada por una luna más resplandeciente que el inmenso y mágico sol.

La bella y radiante Santa Marta de mi juventud nunca lloró enmudecida en la desesperación y el abandono, porque amorosamente el canto sublime de sus amados hijos alimentaba su alma desnuda.

La Santa Marta de hoy ya no es nunca más la Santa Marta de mis recuerdos. La Santa Marta de hoy ha muerto en el olvido y el abandono de su gente. La Santa Marta de hoy no se conmueve ante el jolgorio de un partido de futbol en las calles empedradas y secas del pasado, sino que se deslumbra con el lujo, la violencia y la maldad.

La Santa Marta de hoy muere y agoniza lentamente entristecida y dolida. La Santa Marta de hoy ya no es nunca más la vieja, hermosa, inocente y tímida Santa Marta de mi infancia, sino, un agreste camino enrarecido por el espíritu perverso de aquellos que no la aman. La Santa Marta de hoy ya no es nunca más la Santa Marta amorosa de mi infancia.

Me pregunto: ¿Qué ha sido de la vieja y hermosa Santa Marta del pasado? No lo sé, tal vez palidece triste y vacía en algún recuerdo lejano de mi juventud. Es también posible que en alguno de esos recuerdos callados, un mágico día, la Santa Marta de mis amores resplandezca cálida, ilustre y serena como aquella que conocí en los tiempos de las cometas.

Aunque es posible que la ciudad de mis cantos y mi poesía no reverdezca nunca más, y muera intranquila a la orilla del mar, es posible también que los hermosos recuerdos que tímidamente vienen hasta mí, iluminen mi pensamiento en la forma en que hoy lo hacen, y la Santa Marta de mi infancia viva por siempre en el corazón adormecido de los samarios.

Bendita sea eternamente la Santa Marta de mi juventud y su linda gente.