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Orientación lingüística

Columnas de Opinión
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Hola, amigos, aquí estoy con mis comentarios sobre los gazapos que se escuchan o se leen en la prensa nacional. Algunos de ellos me producen una tristeza única, porque son temas que he venido corrigiendo desde hace rato, pero mis colegas no hacen caso. ¿Será que no me creen? Les recomiendo entonces que consulten el diccionario para ver si se convencen.

Por ejemplo, en la semana que termina escuché en la televisión local y en la nacional que se hablaba de los problemas que producen los cambios metereológicos, y ya no solo lo dicen, sino que lo escriben. Yo he anotado varias veces que dichos cambios son meteorológicos, pues se deriva de meteoro, no de metereo. Si no me creen, apreciados colegas, les repito, miren el diccionario.

Pero es más triste aún escuchar al señor Ministro de la Defensa nacional afirmar que se tomarán medidas para evitar que manzanas podridas no le causen daño al ejército. ¿Para evitar que no le causen daño? Eso significa, señor Ministro, que se busca que sí se le cause daño. Es conveniente aclarar dónde está el error: "evitar" significa "impedir que suceda", por lo tanto si se va a evitar que no pase algo, se quiere impedir que ese algo no pase, es decir, se intentará que sí pase. En definitiva, el señor Ministro debió decir para evitar que se le cause daño… Eso aparte de que sería muy discutible la cantidad de las tales "manzanas podridas" pues por lo que se está descubriendo, hay para sacar preocupantes conclusiones.

Y apartándome un poco del espíritu de esta columna, quiero comentar sobre lo que afirmaba la señora Ministra de Educación (según le escuché a mi amigo José Ponce Obispo): Ella va a desarrollar acciones para mejorar la calidad de nuestra educación. Eso es simple demagogia. No se puede pensar en mejorar esa calidad cuando desde el Ministerio se organizan planes cuyos autores son especialistas en economía, pero que nunca han dictado una clase. Que consideran al joven, no una persona, sino un cliente, y que la cobertura la miran como una forma de congestionar los salones de clase, pues aumentan el número de estudiantes y disminuyen el de docentes.

Me dirán ellos, hace treinta años los docentes trabajaban con grupos de hasta cincuenta alumnos y se hacía una buena educación. No es cierto del todo: la cantidad de estudiantes que perdían el año era asombrosa, y los que salían bien contaban casi siempre con la colaboración de los padres que apoyaban a los maestros. Hoy, corrija usted a un alumno a ver qué pasa. Hoy, mi apreciado Jose, no se debería trabajar con grupos superiores a veinte o por lo menos veinticinco alumnos.

Sería lo primero, si de verdad se quiere mejorar ese servicio. Porque hoy, repito, el maestro está solo, hay padres de familia que matriculan a su niño en enero y regresan en diciembre a pegarle al maestro porque su niño no ganó tal asignatura. Y los que van en el transcurso del año, lo hacen para decirle al maestro que él o ella no sabe qué hacer con su muchacho. ¿Así se puede desarrollar un buen proceso educativo? No es más por hoy, gracias mil por su atención y hasta el próximo sábado.