Énfasis fuera de texto

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hace unos cinco años me dio por escribir un cuasi-cuento que, entre otras cosas, estuvo pensado para completar determinada verdad histórica que entonces yo consideraba como inverosímil sin la redondez dramática que creía que debía tener para ser del todo cierta. Al fin y al cabo, ¿no era ese el punto de la literatura -aunque se tratara de una tan sólo pretendida: corregir la malditamente imperfecta realidad que resignados aceptamos apenas porque sí?.

Lo creía en ese momento, ardiendo de adanismo, y vuelvo a creerlo ahora, aunque un tanto descreído. Así fue como en unas tres tardes, sentado frente al computador que tenía, cuyo teclado aún carece de la importante tecla de la letra ‘n’ (sin la cual es imposible que exista la Nada), traje al mundo una historia con prisa intitulada Escritos de Ujueta, respecto de la que, aparentemente, he donado mi propiedad intelectual -generoso que soy- a toda esta cruel humanidad circunstante, usando de la democrática Internet, esa forma de publicación gratuita para los inconformes que está al alcance del lector tacaño.

Escribí aquello para convencerme de algo de lo que yo quería estar convencido: que las grandes historias, como la de El Quijote, están basadas en la vida individual de un solo personaje trascendente, que suele ser tan rico, tan fecundo en sus actos, profundo -tal es su magnética esencia-, que da para que espontáneamente aparezcan otros carácteres naturales alrededor de él, propiciando que todos ellos en sus interacciones cotidianas creen sin quererlo un argumento general que el perezoso escritor estéril no alcanza a imaginarse estando solo.

Es decir, yo quería pensar que así podían nacer, también, esas cosas que necesitan ser contadas: mediante el impulso vital irresistible de una sola persona literaria. En este caso, para ello, hube de robar la existencia de un hombre de la realidad real, uno que vivió hace dos siglos en la Santa Marta que tardíamente adoraba a España: don Manuel de Ujueta.

La idea empezó a torturarme desde que vi la siguiente noticia, difundida en el periódico Crónica Semanal, de Bogotá, el 30 de marzo de 1.838: "En meses pasados se hundió la bóveda del Libertador y algunos miserables mandaron rellenarla de tierra y pisarla firme, como en efecto iniciaron el trabajo. De esto tuvo conocimiento don Manuel Ujueta y Bisais, quien corrió hacia la Catedral y como todavía no habían embaldosado el sitio, mandó suspender la obra, dio pasos reclamando la falta de respeto hacia los restos del Héroe de América y tuvo la fortuna de no hallar oposición. Allí le informaron que por que no había dinero para componer la bóveda la habían mandado serrar en firme".

Estas palabras, que parecían en sí mismas los prolegómenos de un cuento, terminaron por hacer chispear la calenturienta imaginación mía, y me forzaron a tocar el piano de mi teclado incompleto; de esta forma tomé a Ujueta y lo convertí en héroe de la independencia nacional, mientras narraba cosas espectaculares de las que ya no recuerdo cuáles investigué y cuáles inventé, prostituyendo la historia a placer, dejándome llevar por la necesidad de hacer circulares unos acontecimientos que manipulaba sin pinzas, sin mayores cuidados, y sin ganas de que fueran coherentes, sino nada más legibles. Todavía no ha empezado a importarme, ni siquiera un poco, lo que pueda pasar con eso; sin embargo, a la luz de un reciente descubrimiento, reconozco que debería reflexionar.

Por casualidad, hace unas semanas descubrí, en la dirección electrónica http://valorespatriosv.blogspot.com/2010/07/el-peregrinar-de-los-restos-del.html, una paráfrasis de mi versión libérrima acerca de los hechos ocurridos en los días en que el real Ujueta salvaguardó los restos de Bolívar en su casa, mientras arreglaban la tumba catedralicia del Libertador: evidentemente el militar venezolano autor del blog donde me cita, y sus lectores, creyeron que era cierta.

Esto tal vez es porque el leitmotiv que hice subyacer en Escritos sigue siendo tan actual como dable, en Santa Marta, y en muchas partes: un gobernador provincial corrupto (nada que ver con el rectísimo que tiene Magdalena ahora, por supuesto) patrocina la profanación de los despojos bolivarianos, con fines políticos, y coludido con unos enemigos de la libertad.

Es posible que sea esa la razón de que haya algo de engañosa verdad en mi mentira. No lo sé. Por lo pronto, me interesa que siga su curso, a ver hasta dónde llega; quién sabe si en pocos años pueda yo mismo desenmascararme como el autor de una farsa para ese momento ya por todos repetida, y así me gane un lugar en la historia de mi patria tan huérfana: el de prócer de las letras, claro.