La vida de un no escritor

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



He estado averiguando cosas acerca de Alejandro Dumas, el mulato escritor francés que fuera en su época algo así como una celebridad gringa del cine o de la música actuales, pero en el campo de las letras del teatro, del cuento y de la novela: todo un monstruo del optimismo ante la adversidad, un verdadero aprovechador de situaciones, personas, escenarios políticos, desgracias; un hombre lleno de vida, y sediento de vida él mismo, que supo extraer hasta la última gota de la buena fortuna durante el tiempo que anduvo por este valle de lágrimas que tenemos como campo de batalla. Dumas escribió solo, escribió apoyado en otros, reescribió lo que otros escribieron, puso a escribir a otros: era como un gran dínamo que atraía hacia sí energías y que las devolvía multiplicadas por mil en un interminable intercambio de fuerzas vitales con el cosmos que sólo podía dar como resultado una revolución de la existencia misma, la suya, la de los que lo rodeaban, y la de los mortales que siglo y medio después seguimos leyendo sus creaciones y los apartes de su vida tempestuosa, intensa, sensual, apasionada, incierta, arriesgada, viril, impetuosa, y, en cierta medida, trágica.

Vidas como ésta constituyen el mejor ejemplo de lo que debe ser la rebelión contra la muerte. Alejandro Dumas, hijo de un militar napoleónico (repudiado después por el Emperador: cuando Bonaparte se convirtió en Napoleón, dicen los que saben), mulato también, hijo a su vez de un noble francés que lo tuvo con una madre negra del Caribe, era un gigante para los galos de la época: pasaba del metro con ochenta -al igual que su padre-.

Tenía la piel oscura, a pesar de que sólo un cuarto de su sangre era negra, y los ojos azules. Resultaba un tipo atractivo para las mujeres, que veían en él el exotismo de lo prohibido, la inteligencia del pensador, el empuje del que se había hecho solo, la gracia del que se sabe, y sabe contar, historias divertidas vividas por él mismo, la galantería del mujeriego, la valentía del que sabe cuándo hacer justo uso de ella, cuándo mostrarse valiente y sereno.

Tipos como Dumas son los que alcanzan a conocer el otro lado de las cosas: el haber vivido tantas y tan variadas experiencias los convierten en sabedores esenciales de los hilos que mueven el ánima de los acontecimientos, propios y ajenos. Parece que la desbordante actividad mental, física y espiritual les da una ventaja adicional sobre los pobres de iniciativas, quienes apenas llegan extenuados a la superficie. Vivir como si no hubiera mañana, sin límites, embullados, presenta ventajas de orden superior: Henry Troyat, el biógrafo a través del que leo la vida del "quinto mosquetero" -como lo llama- resalta la gran capacidad que tenía el hombre para no dejarse caer anímicamente, nunca.

Esto, que no parece tan necesariamente caro para un escritor, cuya semblanza típica es siempre reflexiva, casi melancólica, cuando no pesimista, a mis ojos es más que indispensable para escribir asuntos que, como decía el propio Alejandro, puedan "interesar, divertir, instruir" a los lectores.

Así, mientras, para algunos, el trasegar desbocado de este francés hijo del colonialismo de su país podría lucir como lo más inapropiado intelectualmente para escribir cosas en serio valederas sobre la humanidad, reputándolo rayano en la frivolidad hedonista, en mi opinión no hay fuente más fecunda en esto que aquella que permite proveer una traición a conciencia de la tradicionalidad de lo previsible. Vivir la vida de un no escritor, y así y todo, escribir, tozudamente, hace contar como una primicia eso oculto que todo el mundo quiere leer alguna vez, o sea, aquél detalle asible del día a día que sin embargo está vedado a las almas tibias, porque nunca no han querido verlo.