El idioma no tiene la culpa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



¿Cómo hacer para desintoxicarnos de tantas noticias que a diario tenemos que escuchar y que ponen de presente la caótica situación que atravesamos actualmente los colombianos? Cuando esas noticias no las produce la inseguridad ciudadana --con atracos que pasan por el robo de celulares y culminan con el asesinato de la víctima--, la información nos relata el asesinato de mujeres, delito execrable que últimamente se ha puesto de moda, aunque no más que el ataque brutal con ácidos, generalmente sobre jóvenes indefensas. Pero el campo del delito se extiende a todos los sectores de la vida colombiana. ¿Cuántas personas han sido lanzadas al vacío desde altos edificios en los últimos días? Estadísticas habrá. Todos estos casos están por fuera del ambiente burocrático. Son del diario acontecer.

En cuanto al proceder corrupto de funcionarios de alto nivel, autoridades en ejercicio y personajes que deberían servirnos de modelo por la dignidad que exige su respectivo cargo, utilizan ellos un glosario de términos y expresiones que parecen hechos a la medida, acuñados para usarlos cuando les llega la ocasión. Son verdaderas “frases de cajón”.

Nuestro idioma cuenta en su acervo lingüístico con un buen número de expresiones que, utilizadas hábilmente por los delincuentes de turno les sirven de mampara, trinchera o parapeto para seguir campantes en sus andanzas. Por eso es frecuente escuchar de labios de un implicado en esos casos, afirmaciones como “Mi vida es un libro abierto…”, como si un libro abierto no pudiese contener sino pruebas de honradez, rectitud y otras virtudes igualmente deseables. Quien afirma que su vida es ‘un libro abierto’ tiene la esperanza de que no se escudriñe su presente y mucho menos su pasado. Al adelantarse a lanzar esa manida expresión, el sospechoso pretende que digamos: ‘dejemos eso así’, y renunciemos a cualquier indagación. Otra expresión que perfora nuestros oídos y que fastidia por su reiteración y falta de originalidad es: “He actuado con transparencia”. Claro que apenas se inicia una investigación --que no necesariamente tiene que ser ‘exhaustiva’-- (!) se vuelve turbia la pretendida transparencia. Pero en esas aguas revueltas se mueve también la justicia colombiana (revísense los frecuentes yerros de la Fiscalía, de la Procuraduría y otras ‘ías’, por ejemplo). Así es que, ¿a quién acudir?

Hay otros recursos idiomáticos que sirven a los intereses de los funcionarios que se ven envueltos en actos punibles. Para ellos, el énfasis con que afirman: “Yo mismo solicité esta investigación”, debe ser razón suficiente para que se le exonere de culpa en cualquier caso. “Se trata de un montaje”, es otra de las frases a las cuales acuden muchos delincuentes. Y cuando se les pregunta por alguien con quien han tenido algún tipo de relación, afirman sin ambages: “A ese señor no lo conozco”, aunque haya evidencias de lo contrario.

Las expresiones que hemos citado ya han hecho carrera. Lo que extraña es que se sigan utilizando a pesar del desgaste que produce el abuso de las mismas. Y a veces son preocupantes, sobre todo cuando no permiten que quienes las pronuncian se den cuenta de que minimizan un hecho que en verdad resulta grave. Solo un ejemplo, para terminar. Siempre que se critican actuaciones de la fuerza pública no falta quien salga a decir: “Son hechos aislados”. ¿Es que las ‘islas’ no tienen importancia? Y terminamos con este último aporte: Un conocidísimo político, en uso de su reconocida oratoria llegó a expresarse así: “Prefiero suicidarme antes que cometer el delito que se me imputa”. ¡Hasta dónde sirve el idioma a quienes lo utilizan!