Los abrazos de Carmenza Duque

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



"(…) Vente conmigo al huerto, que están las rosas queriendo ver, la promesa que has roto, para volver, y así creer lo que les conté. (…)": segunda estrofa de la hermosa canción que el cantante y compositor español Víctor Manuel hizo envenado de inspiración amorosa, por allá en 1970, a la edad de veintitrés años, dos antes de casarse con su inseparable Ana Belén, y faltando cinco para el inicio de la transición de España hacia la democracia postfranquista, de la cual los dos han sido, unidos, un símbolo para nuestros parientes ricos (que hoy ya empiezan a despertar del sueño): Quiero abrazarte tanto, se intitula, esa declaración musical que desde siempre me ha llegado al corazón, lo cual, valga decirlo, no es una de las cosas que me avergüencen en la vida.

Al contrario. Es más: recuerdo que desde la primera vez que escuché esa apergaminada y a un tiempo tersa melodía en la voz tiernamente melancólica, sabia, de la hermosa Carmenza Duque (una manizaleña que sigue igual de hermosa hoy, sesentona y todo), supe que mi alma siempre estaría gustosa de librar apasionadamente las guerras que fuere menester con tal de quedarme al final con la mujer que, aunque desconocida, la letra de la balada insinuaba desde aquel momento mía: "(…) Dije que te quería como a nada en el mundo, que seguía tus pasos, tu caminar, como un lobo en celo desde mi hogar, con la puerta abierta de par en par, de par en par. (…)".

Nada mal para un joven que acababa de cumplir trece años: a la par del Mundial de fútbol de los Estados Unidos, y del Nintendo, ya entonces soñaba yo con enamorarme perdidamente de una niña que me hiciera hacer las locuras de la canción, como esa de perseguirla al mismísimo fin del mundo, si allá estaba, mientras iba encadenado en el asiento de atrás del carro de mis padres recorriendo la ignota para nosotros zona cafetera colombiana, y rebobinando el casete en cuestión una y otra vez (pobres infortunados los que me soportaban), íntimamente orgulloso de mí mismo, como si la voz de aquella señora que, efectivamente, podría haber sido mi madrecita, me hubiera estado convirtiendo emocionalmente en hombre con su deliciosa pronunciación que, me parecía, asomado a la ventana, iba muy bien con el paisaje paradisíaco de esa parte del país.

Fue un descubrimiento perpetuo, Carmenza, pues ni antes, ni después, he oído ninguna otra interpretación suya, ninguna, pero en mi avallenatado oído interno siempre la recuerdo como la primera vez, y me gusta.

Pienso en Carmenza Duque más de lo que quisiera, y en ese éxito, acaso el único, que ella hubo de disfrutar tal vez antes de mi nacimiento. Con el respeto que se merecen el autor de la obra, Víctor Manuel, quien primero la cantó, y los otros intérpretes de la misma, me parece que Quiero abrazarte tanto, que es como un viento cálido, se convirtió desde el primer momento, y para siempre jamás, en propiedad exclusiva de la cantante de voz colombiana: la linda Carmencita cantó esas letras con el alma profunda, interpretó las palabras vivas que pariera un hombre en la lejana España mejor de lo que él mismo lo hizo, apenas médium de las ninfas, y así, logró convertir el simple prenuncio de su abrazo en toda una epifanía, no ya de su femineidad, sino de toda la descorazonada condición humana: "(…) Quiero abrazarte tanto, con mis sentidos, con tanto amor, que no haya más sonido que nuestra voz, y mi cuerpo en el tuyo, continuación. (…)". Y yo, no sé por qué, vuelvo a sentir, ante la expresión del deseo cantado de Carmenza, el extraño vacío que generan los abrazos nunca recibidos de ella, tal vez porque en verdad no he llegado a merecerlos.