Las ventajas de no ser linda

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Los que por décadas irrespetaron a Santa Marta y al Departamento del Magdalena siguen sintiéndose, al igual que el Verbo, principio y fin de todas las cosas. Cuando son alejados del poder se tornan falsos escépticos: desarrollan una hipersensibilidad para tratar de ver y de oír en los otros lo que no fueron capaces de observar cuando reinaban: el todo vale. Los fingidos escépticos son típicos aguafiestas. Quieren quitarle la ropa a la gente para supuestamente desnudarle los defectos.

Lo que revela esta actitud irreverente puede resumirse con una sola palabra: hipocresía. Trastocar la verdad más verdadera bajo el escudo de una presunta moral virtuosa es algo propio de personas dudosas y hasta abyectas.

Es cuando mentir representa un maquillaje de una incurable debilidad o de una rencorosa bajeza que engoladamente se autoproclama superior al resto del mundo. Una hipocresía trivial. Banalización de la mala fe.

Debemos entender que el mundo no necesariamente es lo que creemos que es, sino también lo que puede o debe ser. El reino de las identidades eternas de cualquier tipo de poder tiene límites inminentes.

El goce panglosiano y abusivo de lo público por parte de castas inmorales se vuelve intolerable para cualquier tipo de sociedad. Más que preguntarse entonces qué tienen de malo los otros, deberían preguntarse qué hicieron estas castas desde el poder para ganarse el rechazo de la mayoría comunitaria. Persistir en un perverso esencialismo asignado al alternante, al contradictor, al alter-ego, al otro, para generar duda y desprestigio y, a la vez, cubrirse ilusamente con el manto del circunstancialismo es un acto de ceguera. Ceguera política. Ceguera moral. Ceguera ética.

Es ver la pequeña paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Freud decía que "cuando el yo sufre una agresión del súper-yo o sucumbe ante ella, ofrece su destino con grandes analogías con el mundo de los protozoos que sucumben a los productos de descomposición creados por ellos mismos". La ilimitada inmoralidad que observamos durante décadas constituye uno de esos productos de descomposición. Quienes gobernaban se fueron envenenando desde adentro. Se auto-intoxicaron no por un hecho fortuito sino deliberado: el uso y abuso del poder, de lo público. La desmesura injustificable.

La misma desmesura que hoy se explaya en algunos medios de comunicación social para bajarle el ánimo y la legitimidad al gobierno distrital de Santa Marta. Para querer tapar el sol con unos cuantos dedos. Se hace uso entonces de la mentira, la maledicencia, la detracción, la calumnia, la difamación, la tergiversación, la duda, etcétera, para poder arrebatar la reputación social ganada con justicia. El privilegio de mentir.

Todo pareciera indicar que irremediablemente ciertos políticos y algunos medios de comunicación social padecen de una natural propensión a mentir a las muchedumbres. Cuando uno observa la orquestación sistemática de la mentira contra el gobierno distrital, tengo que confesar a mis lectores el no saber cómo lidiar con esa máxima tan mentada que asegura que la verdad acaba imponiéndose.

Sin embargo, el juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo para nadie porque terminan minimizando la credibilidad de quienes hacen uso de esta clase de artimañas; se revierte como bumerán el efecto buscado. Por consiguiente, la primera virtud política debe seguir siendo el amor por la verdad. Eso significa que Thomas Jefferson tenían razón: no existe más que una sola ética sin divisiones. Ni siquiera los políticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos. Los fines políticos no justifican medios inmorales. Una mentira siempre es un mal negocio: necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener aspecto de verdad.

La veracidad, que está reconocida desde la Ilustración como condición previa fundamental para la sociedad humana, no sólo es un requisito para los ciudadanos individuales sino también para los políticos. Especialmente para aquellos políticos que presiden ciertos medios de comunicación social. Primero cae un mentiroso que un cojo, decían nuestros abuelos y padres… ojalá que así sea.