Villazon, Congo de Oro

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Bustamante Barros

Carlos Bustamante Barros

Columna: Columna Caribeña

e-mail: cm-bustamante@hotmail.com



En los pasados carnavales de Barranquilla fue premiado en la categoría de Vallenatos con el Congo de Oro Iván Villazon, talento indiscutible de este género musical que a buena hora tiene presencia en el ámbito de la costa Caribe colombiana, el cual servía en un pasado histórico en la insipiencia del mundo como correo para diseminar noticias por caseríos remotos y sin nombres asentados como por arte de magia a la vera del camino, en medio de la polvareda que despiden los autos a su paso raudo por carreteras agrestes y destapadas, en aquellas épocas inmemoriales recordadas vagamente como luz titilante por la reminiscencia del pasado , en la cual aún muchas cosas carecían de nombre y para identificarlas era preciso señalarlas con el dedo.

Estuvo bien seleccionado este Congo de Oro en la categoría del genero Vallenato porque Villazon es un auténtico difusor de este género musical en estas épocas modernas el cual no solo hace presentaciones en lugares refinados de suntuosas residencias de oligarcas provinciales, discotecas de moda, sino también en pueblos, caseríos, veredas, asentados en rincones inhóspitos de la patria donde se explotan voladores en las fiestas patronales a los diferentes santos de devoción, comprobándose con ello su profesionalismo auténtico al valorar nuestros propios atisbos culturales que nos identifican y que nos llenan de orgullo por ser parte de nuestra conformación etnológica original sin par en el mundo.

Recuerdo que en alguna oportunidad del pasado inmediato hace menos de un año el referido artista galardonado estuvo en mi pueblo natal Carraipia (departamento de La Guajira) amenizando las fiestas patronales invitado por mi primo Rodolfo Barros, para esos días me encontraba allí en el suelo natal repleto de arbolitos frondosos por doquier pero no pude conocerlo personalmente porque me cansé de esperarlo hasta las dos de la mañana y me fui a dormir, casi al filo de las tres de la madrugada apareció Iván y su agrupación haciendo espectacular presentación en la plaza pública del pueblo, quien tuvo la gentileza de preguntarle a mi primo por este amigo escritor del Caribe colombiano lamentándose que no me pudo conocer, pero eso no será problema alguno amigo Villazon ya habrá oportunidad en que usted me conceda el honor inmenso de su preciada amistad para escuchar su canto del Lirio rojo, mientras de mi parte empuño la pluma diáfana y serena para escribirle su valioso aporte musical al folclor del Caribe colombiano y por supuesto de la patria irredenta, que inmersa en el olvido clama desarrollo sostenible acorde con las épocas modernas, o como solemos decir en el lenguaje autóctono de esta parte del país "pide carretera".

En este punto equidistante de la construcción del presente artículo periodístico pienso que el gremio de los artistas colombianos debería contar con legislación de carácter legal que les permita a los difusores del folclor contar con un respaldo económico suficiente para que vivan sin premuras dedicados a tiempo completo en la difusión del folclor de nuestra patria que es variado y de una riqueza cultural original sin límites porque se basa en la preconización de nuestras propias costumbres que nos identifican ante la faz nacional y del mundo, como es la guabina, el joropo, el sanjuanero, música colombiana, el vallenato, la carrilera, e incluso carranguera de Boyacá y sus alrededores, para que la cultura musical de nuestra nación sea tomada en serio como debe ser.

Querido amigo Villazon, desde esta parte del Caribe colombiano, inmerso en las profundidades de la tierra del olvido, con el trinar de aves silvestres que vuelan sin rumbo fijo, riachuelos de aguas límpidas y gritos de monos montaraces, le expreso felicitaciones sentidas por el galardón obtenido del Congo de Oro en los pasados carnavales de Barranquilla, ciudad hermosa de la patria que viene a sumarse a tantas otras que integran nuestra nación en el bello collar aunado con esmero por la divinidad celestial sobre los grandes promontorios geográficos de tres cordilleras, dos océanos, llanuras extensas, y ríos de grandes caudales, adornados por la sonrisa de la mujer colombiana que impulsa la vida con creces.