La enfermedad de los especialistas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



Hace pocos días un amigo me contó que había soñado con el fresco de Michelangelo que se encuentra en la parte superior central de la Capilla Sixtina, mejor conocido como "La Creación de Adán". Se trataba de un sueño extraño, pues en lugar de Adán y Dios, los personajes eran él mismo y Friedrich Nietzsche, respectivamente. Por esos días casualmente me encontraba leyendo un libro del filósofo alemán, qué digo, polaco, qué digo, francés, cuyo cuerpo textual recogía unas conferencias que había dado el joven Nietzsche en la Universidad de Basilea en 1872. Los editores de lengua castellana lo han titulado "Sobre el Porvenir de Nuestras Escuelas" y hoy es fácil de encontrar, en una edición asequible y bien traducida, de Tusquets Editores.

No soy filósofo, ni mucho menos experto en Nietzsche (gracias a DIOS, dirán los cristianos consumados), pero había tenido antes la oportunidad de conocer el ambiente en el que dio a luz sus obras, en un libro autobiográfico que se llama "Ecce Homo" (aquí hay otro salto de los cristianos consumados). Esa información, tal vez inconsciente, me impulsó a decirle a mi amigo lo siguiente: "dudo mucho de que tú seas un Adán, pero no me cabe la menor duda de que Nietzsche se veía a sí mismo como un Dios".

Convencí a mi amigo, que por cierto pensaba hacer una maestría en Marketing Empresarial, de tomarnos un café en el centro de Bogotá y quise contarle "sobre el porvenir de nuestras escuelas". Pese a que Nietzsche se refiere sólo a las instituciones educativas alemanas, el diálogo semiplatónico que utiliza como método narrativo entre un filósofo senil y tres jóvenes, nos deja inmersos en una reflexión tan actual como preocupante sobre la educación moderna.

Es una crítica hacia muchas maledicencias, entre ellas, a este afán contemporáneo por la especialización. La enfermedad de la especialización en nuestra época es la barbarie de nuestra cultura. Sobre esto dice Nietzsche que "aunque la especialidad de algunos sea superior al 'vulgus', en todo el resto, o sea, en todos los problemas esenciales, no se separa de él". Con esto, quiero dejar claro que este artículo lo escribo porque hoy me quiero declarar abiertamente en contra de todo tipo de especialidad, entendida esta como la necesidad educativa de profundizar solamente en un conocimiento específico, dejando a un lado (despreciando) EL conocimiento en sí, que es la cultura misma.

No es la escuela el espacio propicio para ser librepensadores, ni para esa cosa horrorosa que llaman ahora "el libre desarrollo de la personalidad". La escuela o colegio, es un espacio de escucha y de reflexión.

En la "pseudocultura actual", como lo llama Nietzsche, no hay lugar para la cultura auténtica, cuya esencia radica, para este filósofo, en los griegos y hasta en los romanos. No hay tampoco fuentes respetables de cultura, pues el periódico es hoy quien las sustituye y el periodista sustituye al genio. Las instituciones educativas de hoy asumen que por tener abundancia de profesores tienen abundancia de auténtico conocimiento y, lo peor, mientras más especializados y 'amaestrados' sean, se consideran de mejor calidad. "En lugar de llegar a una cultura auténtica, consiguen una erudición micrológica y estéril".

Eso que la gente llama 'modernidad' no es más que la maldición de nuestras vidas. Eso que ahora se conoce como educación de buena calidad, no es más que la masificación de un conocimiento derretido, vulgar. Pero debo hacer una confesión: hace un buen tiempo yo también intenté especializarme, en la que algunos conciben como la 'mejor' universidad del país, la de Los Andes. Gracias al cielo tuve el maravilloso regalo de enfermarme y, luego de tres clases iníciales, no poder continuar asistiendo a la tan 'anhelada' especialización. Luego de enviar varias solicitudes por correo electrónico (esa universidad no recibe ese tipo de situaciones personalmente) donde solicitaba, si no el reintegro de parte de mi inversión, al menos algún tipo de solución para no perder la exagerada suma de 10 millones de pesos, los uniandinos no se cansaron de decirme que no había nada que hacer. Con tan sólo una semana de clases, mi dinero se había perdido, diluido entre los bolsillos de profesores especializados y amaestrados. Pero hoy entiendo que el destino, o sea yo, me embalsamó con el privilegio de no adoctrinarme en el conocimiento profundo de los sistemas educativos actuales.

Luego de esta agradable "chiacchierata" con mi amigo el somnoliento, rematé diciéndole que en mi opinión, acceder a un estudio de postgrado por aumentar los ingresos laborales, era algo vergonzante. Al escuchar esto, se quedó pensativo y me dijo que estaba de acuerdo con Nietzsche y conmigo, y que por eso había cambiado de decisión: ya no haría ni maestría ni especialización, sino un doctorado.