De las supersticiones y otras hierbas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Jorge Elías González Vásquez ("el señor de las nubes") ha puesto el tema de las supersticiones sobre la mesa.

Es un campesino común y corriente que dice tener la receta esotérica para disolver las nubes y evitar de esta manera la lluvia. Pero él no es el único que cree en dicho poder: algunos altos funcionarios del Estado y de la cultura lo han contratado con plata oficial para que sus programaciones no sean trastocadas por un caudaloso aguacero.

Ha sido pieza fundamental de la Fundación Teatro Nacional, que recibe dinero del Instituto de Cultura y Turismo de Bogotá y del montaje del Festival Iberoamericano de Teatro. También ha hecho parte de giras nacionales organizadas por Colcultura. Con un péndulo y las "gracias a Dios" (que es quien lo autoriza a trabajar), este ilustre gárrulo cobra hasta cuatro millones de pesos por espantar la lluvia. Tanto creció su reputación de "espanta nubes" que el grupo Odin Teatre decidió llevárselo para Copenhague para garantizar la ausencia de lluvias durante un festival de teatro callejero.

Lo de González Vásquez es solo la punta del iceberg. Todos sabemos cómo, desde Juan Manuel Santos, quien lo contrató por tres millones de pesos para actuar como "espantanubes" el día de su posesión como Presidente de la República, hacia abajo, buena parte de nuestros políticos y funcionarios, a pesar de sus títulos profesionales y de posgrados, mantienen como estribo de sus actos una ciega confianza en diferentes tipos de supersticiones. Un hecho que en cualquier democracia es una desventura, dado que la gente vota por personas y programas que les resuelvan sus problemas y luego, los elegidos, terminan refugiándose no en las ideas predicadas durante la campaña electoral, sino en las banales supersticiones de siempre.

No solo los políticos proceden de esta forma: para peor desgracia nuestra, las mismas universidades están llenas de supersticiosos que "enseñan" ciencias sin pudor alguno. Explican el mundo real de "manera científica" en los laboratorios o en las aulas para luego seguir pensando y actuando de la misma manera supersticiosa de siempre. Para muchos, los contenidos de las ciencias son solo un requisito laboral para el desempeño de la docencia, puesto que inician y terminan las clases rezando un Padrenuestro o haciendo algo que se le parezca.

En realidad, las ciencias discurren, en pleno siglo XXI, bajo la añeja batalla que llevan pérdida incluso en los mismos centros educativos. Todo el mundo quiere beneficiarse de los avances tecnológicos que se derivan de las ciencias, pero no todo el mundo parece estar dispuesto a aceptar sus explicaciones. Dicen que hasta en el mismo Colciencias (Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación) se han agitado hisopos para "limpiar" la entidad de "malas energías".

Por regla general, las supersticiones están basadas en tradiciones populares (a los populistas les encantan) y el pensamiento mágico. Los supersticiosos piensan que ciertas acciones tales como rezos, ensalmos, conjuros, hechizos, limpiezas, maldiciones u otros rituales, influyen de manera trascendental en nuestras vidas.

Se consideran supersticiosas aquellas prácticas como la adivinación, la astrología, la cartomancia, la nigromancia, el curanderismo, el espiritismo, el feng-shui, la geomancia, la magia, la quiromancia y el tarot. Los llamados "medios" y magos saturan a los diferentes medios de comunicación con sus propuestas de radiestesia, de cuarzo, de horóscopo y de otras tantas chucherías no menos espectrales.

En Colombia buena parte de su gente invoca fuerzas sobrenaturales para resolver toda clase de problemas. La superstición es, y seguirá siendo por mucho rato, una especie de religión (también lo es) de las almas débiles. Reconocer que nuestras sociedades han recurrido a lo sobrenatural para explicar el mundo en que sobreviven no significa que esto sea la mejor explicación conocida de la realidad.

Lo que distingue las supersticiones de los saberes científicos es que las primeras establecen una causalidad basada en la capacidad de fuerzas sobrenaturales, o supranormales, o misteriosas (destino, astros, ritos mágicos, espíritus, dioses, santos, etcétera) y los segundos establecen una causalidad regida por meras leyes naturales: observables, medibles y verificables.

El hecho de que algunas profesiones entiendan las razones de la existencia de las supersticiones (su función simbólica y reguladora) no les ameritan algún estatus de desciframiento cierto de la realidad. Lo que ocurre es todo lo contrario: las supersticiones alejan a la humanidad de las más verdaderas explicaciones.