Pedofilia y pederastia “romantizadas”

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Recurro a la palabreja “romantizar”, importada sin aduana académica desde el inglés, y de uso frecuente en los ambientes progres criollos, para ironizar acerca de dos males relacionados entre sí e igual de repugnantes, aunque no tengan exacto significado: la pedofilia y la pederastia.

La primera es la atracción erótica que siente un adulto por los niños que pueden ser o no de su mismo sexo; la segunda es ya el abuso sexual propiamente dicho, cometido contra esos menores de edad. Estas dos degradaciones de la naturaleza parecen tener, entonces, un orden establecido: un violador de niños primero siente su nauseabunda apetencia (pedofilia), y luego, en virtud de ella, procede a realizar el abuso que tal le provoca (pederastia), a través de alguna de las retorcidas maneras que esos individuos antisociales e inhumanos han encontrado a lo largo de la historia. 

Resulta preocupante que, dependiendo de su procedencia, a veces se pretenda hacer pasar por normales conductas indicativas de ciertas anormalidades. Este es, por poner apenas un ejemplo, el caso comentado en estos días, el del Dalai Lama, autoridad religiosa suprema del budismo tibetano; pues este anciano de 87 años le dio a un pequeño besos y abrazos antes de solicitarle que “chupara su lengua”, algo que asustó al menor y que terminó en risas del solicitante y de los asistentes a este evento público que se ha difundido mundialmente. Pero ninguna risa podrá tapar lo que sucedió allí: a la vieja reencarnación quizás se le olvidó que no estaba en los dominios de su vida secreta y a lo mejor ello determinó que cediera a un impulso en otras ocasiones poco o nada reprimido. 

Preocupa, además, que las “las nuevas ciudadanías” globales se hagan las locas y se atrevan a justificar este hecho achacándoselo al “etnocentrismo” intolerante de los que no pueden entender que, lo que se vio y oyó, fue solo una muestra de lo que pueden hacer con las percepciones las diferencias culturales. Dichas personas que “romantizan” el abuso sexual cometido contra menores de edad (sin duda, las víctimas de abuso sexual más indefensas) decidieron olvidar que, para ocuparse del problema de las distintas valoraciones jurídicas, surgidas de la coexistencia cultural, desde hace mucho tiempo existen instrumentos de derecho internacional que logran más o menos estandarizar la medición de los atentados a los derechos humanos. Así, por una de varias razones, nadie podría alegar ignorancia alguna de la prohibición universal de atacar la dignidad humana. 

El supuesto ánimo juguetón del que frecuentemente se valen los peores estupradores para lograr su perverso cometido no es sino el intento de defenderse de acusaciones como las actuales a través de la idea de que no se sabía que con una broma se podía cometer un crimen y, mucho menos, dañar la vida de un niño. Por eso, a más del hecho en sí mismo, las posteriores excusas de su perpetrador (que debería rendirlas en un estrado judicial) son también cobardes y malvadas; y no menos lo son los ecos que se producen alrededor del planeta en su respaldo. A ver si las dudas se despejan: a los niños no se les toca, y, quien lo haga, sea quien fuere, deberá pagarlo caro.