Adolfo Pacheco: un capítulo en la enciclopedia del folclor

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Esa noche, cuando nadie esperaba algo distinto a lo que anunciaba, un acordeón circuló por detrás de los personajes galardonados. El instrumento se detuvo frente al más famoso de los presentes en la tarima y los espectadores comprendieron que al maestro Adolfo Pacheco no le quedaba opción distinta a la interpretación de una de sus canciones. El momento resultaba alucinante y, por lo tanto, irrepetible. El músico y compositor, ayudado por una de sus hijas, se puso de pie y su voz, potente aún, se mezcló con las notas del acordeón intruso.

Surgió una leve inquietud entre el público asistente a la ceremonia solemne en la cual la Fundación Pescaíto Dorado distinguía a Adolfo Pacheco Anillo y a otras personas merecedoras de ese galardón. Pero el trovador no dio tiempo para que la incertidumbre prosperara: “La hamaca grande” se escuchó entonces y, en la voz de su autor pareció acabada de nacer a pesar de llevar muchos años endulzando los corazones colombianos. Pudo ser “El viejo Miguel”, conocido también como “El gurrufero”. Sin embargo, todos en la sala sabían que Adolfo Pacheco cantaría por lo menos una canción más, no “a petición del público” sino por su deseo innato de complacer y complacerse entonando sus emblemáticas creaciones. Así fue. Apenas terminó de tejer y ofrecer su inmensa hamaca al pueblo vallenato, el ilustre músico solicitó la presencia en el escenario del sacerdote Alberto Linero, con quien había entonado alguna vez una de sus canciones. Pero no fue un dúo, puesto que todos los asistentes al acto de premiación se sumaron a la letra y música de “Me rindo, majestad”, una de las más recientes composiciones del cantautor homenajeado.

Adolfo Pacheco Anillo nació en San Jacinto, Bolívar, el 8 de agosto de 1940. A diferencia de muchos compositores de su época, cursó estudios profesionales. Su biografía es ampliamente conocida; no es relevante repetirla en esta crónica cuyo fin es destacar la presencia del intelectual que la noche del 11 de agosto del año pasado compartió conmigo el honor de recibir la estatuilla “Pescaíto Dorado 2022”. 

El padre de Adolfo Pacheco falleció en 1981. Contaba su hijo que esa canción, compuesta en 1964, fue dada a conocer en 1967, con guitarra.  Y aunque admitía que su obra cumbre era “La hamaca grande”, sentimentalmente lo marcó “El viejo Miguel”. Además, siempre refería el músico la anécdota de cuando tuvo que explicar a su padre las razones que lo impulsaron para crear ese merengue. “Al viejo le habían contado que en esa canción yo me burlaba de él. Lo convencí: Cuando se la canté no solo lloró, sino que me dio un abrazo como nunca he recibido otro en la vida”. “El viejo Miguel” fue escrita en 1964. Salió a la luz pública en 1967, en guitarra. En 1968 la grabó Lisandro Meza y fue exitosa; pero fueron los Hermanos Zuleta quienes la volvieron “irremediablemente pegajosa”, en 1980.

Adolfo Pacheco obtuvo título de abogado en la Universidad de Cartagena. Se desempeñó como profesor universitario, pero no olvidó sus raíces; impregnadas de ese ambiente nacieron sus numerosas canciones, entre otras, “Mercedes”, “El cordobés”, “El tropezón”, Mi machete”, “Gallo bueno”, “No es negra, es morena”, “El mochuelo”. Una de sus últimas melodías es “Me rindo, majestad”. Contaba el maestro que la “Cacica” Consuelo Araújo lo llevó al Festival de la Leyenda vallenata por “El viejo Miguel”, no por “La hamaca grande”. Recordemos que en la polémica recurrente sobre la interpretación de “vallenatos” fue Adolfo Pacheco quien estableció una clara diferencia: Hay música de acordeón, con dos variantes: vallenato y sabanera.

Lamentablemente, el trovador de los Montes de María falleció el 28 de enero en un accidente de carretera. Ya no sabemos cuántos exponentes de la música costeña han perecido de manera semejante. Paz en su tumba, Maestro. Y gracias por todo.