Los Cenicientos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Finalmente, lo lograron: después de treinta y seis años, Argentina volvió a ganar la Copa Mundial de Fútbol. De nada valió que en el propio reino de Carlos Gardel gritaran una y otra vez algunos sempiternos alterados periodistas deportivos que el técnico Lionel Scaloni no sabía dirigir ni el tráfico (parafraseando a Diego Maradona), o que a Lionel Messi le faltaban “huevos” para jugar como se juega en Argentina, y que no era sino un europeíto que debía devolverse a Barcelona, o a París, y no ponerse más la camiseta albiceleste.

Tampoco sirvió para descorazonarlos haber empezado el campeonato perdiendo con un equipo menor, y encajando un golazo; ni pudo con ellos el haber concedido ventajas a los bocazas Países Bajos, primero, y a Francia, después, para permitir sendos empates cuando el partido ya debía de haber estado enfriado con la argentinada de rigor: mover la pelota de aquí para allá, perder un poco el tiempo, sacar de casillas al rival, armar una tangana, etc. 

No triunfó ante estos buenos muchachos la intensa presión que implica irse a dormir cada noche sabiendo que se es uno de los favoritos desde mucho tiempo antes del pitazo inicial; ni prevalecieron los evidentes vaivenes anímicos de Messi, que, a veces, en los momentos más difíciles, a lo mejor se perdía en ciertos pensamientos nocturnos (sensaciones de viejas derrotas: duras decepciones y sonriente envidia enemiga), y que entonces se quedaba callado, como buscando a unos compañeros más jóvenes y menos experimentados que él, quienes, seguramente bien enseñados por el entrenador Scaloni, sabían con anticipación que ese momento iba a llegar y que ellos tendrían que sacar a su capitán de aquel letargo melancólico rutinario para que volviera a la realidad mejor anclado al piso que al inicio, y a continuación los hiciera ver a todos más grandes de lo que realmente eran.  

En la época más física del fútbol global, mientras se fabrican jugadores en serie que semejan todos el mismo, y cuando el fútbol suramericano mostraba agotarse hasta hace dos años en lo que pudiera hacer Brasil a nivel internacional, el siempre combativo balompié gaucho revivió desde las lágrimas, con un conjunto de esperanzados a los que les sobraba energía y arrojo, aunque eventualmente fallaran en concentración y, qué ironía, en cancha para el cierre controlado de los partidos (algo en lo que por tradición fracasan cuadros como los colombianos, no los rioplatenses). Poco mellaron la confianza de la escuadra ganadora los despliegues espectaculares de la fantasía brasileña, de la rapidez precisa francesa, del presunto buen juego español, o ya del “activismo político” de una selección de Alemania que ahora es muy delicada y que, por eso mismo, ya no se parece a Alemania. 

Quedarán en la memoria las batallas que Argentina presentó ante sí misma, dentro y fuera del teatro de los acontecimientos; esas que reproducen las peleas internas de otros países latinoamericanos incapaces de estar conformes en su propia piel, ya sea que hablemos de fútbol o no. Se recordará que esta vez los subestimados hombres del subestimado Scaloni pudieron sobreponerse al escepticismo, quizás pesimismo, muy posiblemente negativismo, de los que en nada creen.