Imperialismo cultural

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



La realización del mundial de fútbol en Catar ha sido polémica.  Cayó mal la sospecha de que se hicieron a la sede corrompiendo a los dirigentes de la FIFA.  Pero el mayor rechazo es por ser un estado conocido por violar los derechos humanos.





La presión mediática a los artistas para que no participaran en la apertura del evento hizo desistir a algunos.  Por su parte, Maluma y Shakira honraron sus compromisos, lo cual los convirtió en blanco de los dueños de la moral.

Si se reflexiona desapasionadamente sobre el tema de los derechos humanos, se descubre que no es un tema en blanco y negro como muchos pretenden, y que las críticas y condenas del mundo “civilizado” son solo una proyección del imperialismo o colonialismo cultural.  Occidente intentando imponer sus valores, su visión del mundo sobre sociedades que tienen valores diferentes.  Otra forma de decirlo es que el mundo cristiano de Occidente intenta imponerle al mundo musulmán su pensamiento y sus instituciones por considerarlas superiores y deseables.

Uno de los grandes motores de la historia de nuestra civilización ha sido la lucha continua por interpretar y actualizar lo que se entiende por derechos humanos y convertirlo en valor universal.  Una cruzada que ha tenido resultados ambiguos y un alto costo para algunas sociedades.  

El origen reciente de los derechos humanos puede trazarse a la Revolución Francesa, al Bill of Rights de la Constitución Política estadounidense y a su consagración en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU en 1948.  Esta última a la fecha tenía solamente 58 estados miembros y 10 la rechazaron, y ni que decir que el mundo musulmán no estuvo representado significativamente.  Vale la pena anotar que aunque se consagra el derecho a la autodeterminación de los pueblos, de alguna manera cuando se llega a este espinoso tema se hace una excepción.  

Se puede tener la impresión de que solo es un tema entre naciones, cuando en realidad es una batalla que se está librando domésticamente en todo Occidente, y que hasta el momento tiene una dinámica pendular.  Por ejemplo, después de 50 años del derecho federal al aborto vía Roe v. Wade en los Estados Unidos, una nueva decisión –Dobbs- la derogó.  Y en estos momentos Biden trata de meterle al acelerador para que el congreso le apruebe el matrimonio igualitario antes de que se posesione el nuevo congreso porque sabe que con una Cámara bajo control republicano esta iniciativa estaría muerta.  Si los temas sensibles domésticamente no han sido resueltos y la lucha interna es entre bandos más o menos iguales, entonces ¿cómo es que Occidente trata de imponerlos a otras naciones?  La respuesta es una sola: hipocresía e ignorancia.  

Cuando Occidente por la fuerza ha impuesto su visión en el mundo árabe, las consecuencias han sido catastróficas.  Piénsese en el derrocamiento de Hussein en Iraq o el de Ghadaffi en Libia. El precario orden y viabilidad en estas sociedades sólo puede ser mantenido por la brutalidad de sus gobernantes.  Depuesto el sátrapa las sociedades caen en el caos y espirales de violencia, que a la postre resultan ser mucho más costosas.  

Occidente desde que los franceses en el siglo 12 con su villanía le dieron mala fama a las Cruzadas, ha exhibido vistosamente en sus conquistas el estandarte de la moral, cuando en realidad es la espada la fuerza real que defiende e impone sus amorales intereses.   La necesidad de petróleo llevó a que Biden le otorgara inmunidad al Rey de Arabia Saudita por el asesinato del periodista Khashoggi, después de haberlo llamado asesino por varios años.  Trump no se atrevió a tanto.

Toca esperar hasta el final de la historia para ver cómo termina esta discusión de nunca acabar.