¿Cuándo nos volvimos violentos?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cecilia Lopez Montaño

Cecilia Lopez Montaño

Columnista Invitada

e-mail: cecilia@cecilialopez.com



Recuerdo mi niñez en Barranquilla, en las playas de El Rodadero en Santa Marta que era un lugar paradisíaco; en paseos a Piojó, a Usiacurí, a Cartagena, donde nunca se nos pasaba por la imaginación que pudiera peligrar la vida de nuestra familia.

Como desplazados por la violencia de los años 50, mis padres conocieron muy bien la violencia cachaca y del Valle del Cauca, y terminamos en Malambo, huyendo de los chulavitas que casi matan a mi bisabuela, a mi madre, a unos primos y a mí. Mi padre y un tío político se salvaron porque estaban en el pueblo, en Fusagasugá, y cuando llegaron, al enterarse de los hechos, salimos todos corriendo para el Atlántico.

Vivimos muchos años en el barrio Abajo, en una casa inmensa con un patio lleno de matarratones, donde a pesar de que no era estrato 6, solo tuvimos expresiones de afecto de nuestros humildes vecinos, y de otros más pudientes, que compartían con nosotros la misa en la iglesia del Rosario. Jamás vivimos un robo a pesar de que vivíamos mejor que muchos y que mis hermanos y yo, íbamos a colegios "distinguidos", como la Enseñanza, el Parrish y el colegio Alemán.

Pero al leer una de las últimas noticias sobre el asesinato del universitario José Luis Vanegas Santodomingo, en cercanías a la terminal de buses de Santa Marta, sentí un profundo dolor y me surgió la pregunta: ¿cuándo nos volvimos violentos? Mientras en el interior y en el sur del país, los pobres conservadores y los pobres liberales se mataban sin consuelo, la Región Caribe era un paraíso de paz. Por ello, a pesar de que la juventud caribeña de hoy vive una realidad totalmente distinta, se comprende la conmoción que ha despertado entre la ciudadanía samaria, este nuevo asesinato.

Entender dónde estuvo ese punto de quiebre que volvió a nuestra región la gloria de los paramilitares, de las mafias de narcotraficantes, es una tarea que le corresponde a los historiadores, sicólogos, sociólogos, analistas de las llamadas ciencias políticas, y otros científicos sociales. Los economistas, así muchos no lo reconozcan, estamos bastante limitados para explicar esta compleja situación, sobre todo los macro-economistas que todo lo reducen a fórmulas.

Pero sin posar de analista de esa realidad, nunca olvidaré la cara despavorida de mi hermano Fernando, que en paz descanse, cuando durante la instalación de una cocina en una lujosa casa de El Prado, al llegar a supervisar el trabajo, se encontró con el dueño de casa quien le puso una pistola en la sien, para garantizar que acabaría rápido. Era la época de la marimba.

Para los que soñamos con una Región Caribe sin este nivel de violencia, sin estas imágenes de abandono, de pobreza ya histórica, es necesario entender qué fue lo que acabó con ese paraíso. ¿La ausencia de Estado? ¿Una dirigencia que en vez de fortalecer a la Fuerza Pública optó por el paramilitarismo como un mal menor?

¿Una sociedad abierta a la vida fácil, sin control social sobre la procedencia del dinero de los nuevos ricos? En fin, ¿una falta de oportunidades para los sectores pobres por egoísmo de su dirigencia y la poca importancia dada a la necesidad de tener clases medias bien remuneradas dentro de la ley?

Independientemente de cuál sea la respuesta a esta y otras preguntas que flotan en la mente de muchos, si no entendemos cuando nos volvimos violentos, no podremos dejar de serlo.