Dentro del cerebro del futbolista

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Por qué un futbolista es superior a los demás, cuales destrezas específicas desarrolla, por qué toma mejores decisiones bajo presión? Explorar el cerebro y la psiquis de los jugadores nos permite comprender por qué algunos triunfan, otros nunca descuellan o desechan una prometedora carrera; muy pocos hacen parte de la élite.

El fútbol no es simplemente patear un balón siguiendo las instrucciones del director técnico. Además de las condiciones innatas del jugador, su biotipo o la preparación física, existe la interacción entre distintas regiones del cerebro que actúan en consonancia y sincronizadamente con el aparato motor para que las respuestas musculares sean precisas. La psiquis cumple un rol fundamental.

Podemos simplificar la extraordinaria complejidad estructural de nuestro sistema nervioso dividiéndolo en dos partes: el periférico, integrado por raíces nerviosas y ganglios; y el central, formado por la médula espinal, cerebelo y cerebro; esta poderosa computadora biológica controla todo, tanto lo voluntario y consciente como lo involuntario e inconsciente. Papel fundamental juegan el sistema límbico, el de las emociones, y el que algunos denominan complejo reptiliano, que integra cerebelo y tallo cerebral (pensamiento instintivo).

El movimiento corporal está gobernado por la corteza motora del lóbulo frontal, que organiza las acciones musculares, secuencia, fuerza y velocidad, enviando las respectivas señales en el momento justo. En la coordinación y precisión de esas maniobras interviene el cerebelo; interviene un mecanismo llamado propiocepción, que determina la fuerza, el desplazamiento congruente hacia el sitio previsto y la posición espacial de una parte del cuerpo, por ejemplo, los pies. También tiene niveles conscientes y voluntarios como inconscientes y reflejos; ayudan unos sensores periféricos específicos que, apoyados en los nervios, envían la información al cerebro, y este la devuelve procesada; todo a velocidades asombrosas.

Cuando un futbolista actúa, intervienen sincronizadamente la corteza motora del lóbulo frontal con la corteza parietal, temporal y occipital procesando la información recibida del cuerpo y del entorno: el terreno de juego, las instrucciones del entrenador, los gritos del público, la posición de los compañeros y rivales, etc. La corteza prefrontal, la parte más evolucionada del cerebro humano, toma las decisiones, dirige el pensamiento, determina las acciones y decide las jugadas posteriores, coordinadas por el cerebelo. La práctica permanente de la actividad motora y su dominio hacen que además entren en juego otras estructuras neurológicas, los ganglios basales, logrando desarrollar los automatismos cerebrales; la acción del futbolista se resuelve entre lo reflejo y lo voluntario. Las respuestas instintivas también aparecen.

Además de sus condiciones innatas, un buen futbolista entrena la percepción y la ejecución motora, cualidades que se aquilatan con la práctica. Pero llegar a la cúspide, además del adiestramiento mecánico, intervienen la inteligencia práctica, creativa y emocional. Ello le permite a un futbolista jugador vislumbrar la siguiente jugada, las intenciones de sus compañeros o rivales o la trayectoria o velocidad del balón, permitiéndole tomar óptimas decisiones: juego intuitivo. La condición psicológica es fundamental: motivación, fortaleza mental y experiencia. Un genio del futbol resulta de amalgamar la predisposición genética, el ambiente adecuado, los recursos indicados, el entrenamiento intensivo, la debida dirección y una actitud ganadora. Por ello, pocos llegan a las cumbres; el camino es muy duro.

Indudablemente, el público afecta el estado emocional del futbolista. Cuando la multitud participa poco, desmotiva al deportista; mucha estimulación tonifica su mente. Los insultos a propios y contrarios, doblegan o enfurecen; localía y tribuna entusiasta intervienen como el “futbolista # 12”. Un gol en contra determina la actitud posterior; algunos decaerán, otros se crisparán o motivarán en demasía. Ese estado de ánimo influirá sobre sus compañeros y rivales. Otro asunto es el rival; cuando se le percibe poderoso, afecta negativamente el rendimiento individual y colectivo; con el débil se mejora el performance. Sentirse superior lleva a desdeñar a rivales menores. Por último, debemos considerar el cerebro del entrenador, cuerpo técnico, público y, claro, del equipo arbitral. El fútbol es ajedrez en movimiento; el entrenador debe dirigir con maestría este intrincado laberinto.