No a las refundaciones de la patria

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



“Construir sobre lo construido” podría ser el lema sordo de cualquier democracia real, pues es posible que tal aserto condense todo lo que en verdad importa del pluralismo en la práctica: los designados para organizar la cosa pública harían bien en esforzarse por reconocer el pensamiento político ajeno, por respetarlo y entonces trabajar para otorgarle una relativa validez en el tiempo a través de actos que aseguren la continuidad de las ideas de quienes han dejado el poder personalmente.


De otra forma puede seguir esperándose que cada cuatro años (o cinco, o seis) la vida pretenda volver a empezar, desde cero, como si el presidente de un país fuera un Adán en el Paraíso y no un simple mortal al que le corresponde esforzarse por trabajar para seguir un programa de gobierno. 

Ahora bien, como las democracias reales lo son menos de lo esperado, es natural que nada de lo anterior pase en los gobiernos de carne y hueso: una vez en la azotea del edificio jurídico de una república, los elegidos para mandar tienden irresistiblemente a hacer preponderar su visión del mundo y de las cosas a los demás, de manera que aquella fantasía de dar continuidad a las políticas precedentes, por buenas que hayan sido, solo la cumplen algunos pocos y siempre por motivos de gobernabilidad. Nada de malo hay en ello, por cierto; pero parece como si la democracia liberal, sabidamente tan imperfecta, no dejara de desafiar la finitud de nuestra paciencia: ¿por qué tenemos que soportar que cada político bien votado escriba la historia una y otra vez, y perore que él y solo él tiene la respuesta a los problemas sociales, si otras fórmulas ya se han probado incluso mejores?

Al presidente de Chile, Gabriel Boric, que entregó en garantía su margen de maniobra gubernamental, hoy le debe de saber muy mal no haber equilibrado a tiempo a la tal nueva constitución, nacida muerta.

Está sobreanalizado: su anunciada derrota en el plebiscito constitucional no fue sino el producto de una confusión infantil: si bien la ciudadanía sí quería –y quiere- un cambio, no quiere cualquier cambio, no acepta eso de reformar por reformar, ni que todo merece reforma; y, así, por ejemplo, no va a digerir intentos de ideologización de la población, es decir, el ejercicio impune de esa suerte de fetichismo jurídico que, si bien puede tener adeptos entre los letrados oportunistas que lo promovieron, para el común de la gente es manipulación a las claras. ¿Como por qué los chilenos tenían que lidiar con una revolución cultural a lo Mao, y desde el papel? 

La experiencia austral viene muy a cuento en la Colombia de hoy. Para no ocuparnos sino del preocupante asunto energético, ¿será verdad que la finalidad última del Gobierno es dejar de producir hidrocarburos (y después comprárselos a Venezuela), so pretexto de que esta economía insignificante a nivel mundial, haciéndose todavía más chica, es la que va liderar la salvación del planeta? Eso fue lo que quiso decir la prepotente y lenguaraz ministra de Minas y Energía el otro día, basada en no sé qué ridícula teoría de enanismo económico. Ojalá el Gobierno corrija a tiempo y salgan de su entraña estos personajes nada técnicos y además fanáticos. Ojalá se aprenda de Chile.