Golpes y goles

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Leo sin asombro las recientes críticas ácidas hechas en Inglaterra al guajiro Lucho Díaz, jugador emblema del fútbol colombiano de la última época, no solo por sus gambetas y regates, que lo enaltecen, sino por su actitud decidida, sacrificada y viril en el campo de juego.

Su desempeño en un equipo de verdad grande, como el Liverpool, donde la competencia interna es intensa, no debería ofrecer oportunidad de reparos, y, sin embargo, ocurre lo contrario desde sectores de la llamada prensa especializada e incluso dentro de su afición, casi siempre un poco alicorada. Así es la vida: cuanto más un jugador da, más se le exige. Nadie puede cambiar la resistencia de este apotegma y creo que Lucho lo sabe bien, porque no tiene nada de bruto; así, hasta el momento, lo hemos visto asumir con serenidad el mal trecho, que no es tan malo si se mira con cuidado, y seguir adelante. 

Eso sí: si no hace goles durante los próximos partidos, que además tendrían que ser golazos, o si no enseña una gran jugada individual que termine en anotación de algún compañero desagradecido, pues olvídense: no tardarán en sobrevenir las culpas dirigidas hacia el colombiano por no hablar todavía el empalagoso inglés británico, cuestión esta a la que seguramente se le atribuirá no solo el supuesto mediano desempeño de la figura suramericana, sino ya de una vez el escaso funcionamiento de un equipo que, si no es el primero de la tabla, no cuadra caja respecto de sus inversiones. El hecho de que a Díaz lo hayan comprado por un precio inferior al justo, debido a una movida incomprensible del mercado, no cambiará en nada la rigurosidad de esos cálculos, por supuesto. Lucho no se ha guardado una gota de sudor, un pique, un pase…, pero no es suficiente. 

Dicho esto, no creo que a Luís Díaz ninguna de las lenguas venenosas que lo rodean le haga daño real. Está demasiado habituado a la adversidad en la vida diaria -desde pequeño-, es a no dudar buena gente, y tiene tan claros sus objetivos, dentro y fuera de la cancha, que no sería esperable un quiebre con la presión. Lo mismo les ha pasado a todos los que, llegados desde los potreros sudacas, alguna vez destacaron en el fútbol europeo: hubo allí quienes se dedicaron a ver si, además de mover bien la pelota, esos muchachos, antes pobres ahora ricos, tenían la cabeza bien puesta sobre los hombros. Han sobresalido en este desafío los argentinos y brasileños, quizás debido a la existencia de factores más culturales que individuales: el fútbol de esos países es casi tan competitivo, en términos de rivalidades y odios, como el europeo afecta malamente no serlo; así que, para aquellos migrantes, una patada más, una menos –una palabra más, una menos-, es solo rutina. 

A Lucho lo que le queda bien es la filigrana, el trabajo de punto, el misterio que su tierra ancestral invita a desvelar, que va con él, no el combate cuerpo a cuerpo que le quieren plantear hooligans de todo tipo a ver si lo reducen. Golpes físicos y morales tendrá que recibir, porque es inevitable, pero goles también seguirá haciendo en la medida en que pacientemente esquive y aguante los primeros. Al final, prevalecerá su técnica, que no se puede fingir, y que no se limita a saber esconder un balón.