Comenzó la era de Gustavo Petro

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

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Empezó el Gobierno de Gustavo Petro con una transmisión del mando presidencial como pocas, que deja varias enseñanzas políticas y esperanza por el respeto y la fortaleza de las instituciones.
Después de la marea política electoral y los acontecimientos históricos, queda claro que lo sucedido inexorablemente iba a ocurrir. Un amigo decía que la política se hacía con narrativa y que perderla era dejar de ser opción de poder. Gustavo Petro, desde el 7 de agosto de 2018, se apoderó de la narrativa.

Encarnó en cuerpo propio a los más necesitados y la vocería de los reclamos ciudadanos.

Respaldó los reclamos que se hacían en las calles de forma vehemente, aun cuando las movilizaciones terminaron en actividades delictivas, caos social y sentimientos de impotencia del grueso de la ciudadanía.

Se apoderó de las plazas, de las calles y de los corazones de aquellos que anhelaban un cambio.

Claramente, el Gobierno anterior fue exitoso en el manejo de la pandemia y de la recuperación de la economía.

De hecho, para el manejo de la crisis del COVID-19 no existía un manual y el Gobierno lo hizo rápidamente y mucho más que bien.

No obstante, perdió la narrativa, se tomaron algunas decisiones inconvenientes e inoportunas, tales como la aprobación de la reforma de la ley de garantías, el incremento del gasto burocrático y la politización de algunas entidades, le faltó tomar acciones rápidas y contundentes contra los disturbios y la corrupción y se divorció del partido que lo eligió, por lo cual el Gobierno resultó percibido como distante, es decir, carente de la empatía y la cercanía necesaria para ganarse el favor popular, por lo que algunas de sus decisiones no eran, o por lo menos no se percibían, como certeras y oportunas.

Finalmente, no se logró el objetivo del Centro Democrático, que no era más que contar con el favor popular por varios periodos presidenciales para profundizar la implementación de las políticas sociales y la creación de más empresa y empleo, como pilares fundamentales de la equidad y el bienestar ciudadano, sin necesidad de caer en los extremos que podría traer un gobierno de izquierda.

Un ejemplo sencillo de la buena narrativa y el mal sentido de la oportunidad fue el episodio de la espada de Bolívar, pues esta llegó a la posesión en un acto de mayor narrativa y simbolismo. Lo que queda del 7 de agosto es un mensaje muy fuerte y esperanzador, desde el punto de vista de la percepción y la realidad de la estabilidad institucional, donde el nuevo mandatario se posesiona ante todas las fuerzas vivas de la nación y los invitados internacionales, el anterior mandatario entrega la casa de gobierno y las fuerzas armadas rinden tributo y voto de obediencia al nuevo mandatario.

El evento fue muy significativo y lleno de esperanza por la simbología y el discurso idealista y de buenas intenciones del presidente, aun cuando pudo haber sido austero. Ahora al presidente y sus ministros afrontarán el gran oficio de gobernar para todos y de manera acertada y realista, para lo cual deberán dejar a un lado los extremos de la campaña y las posiciones irreconciliables.