La peleadera

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Está de sobra dicho –no probado- que los líderes de la izquierda colombiana no saben gobernar, y que, en su lugar, lo que mejor les sale es hacer oposición, pues aparentemente en ese terreno se desarrollan con mayor comodidad sus facultades críticas. Los de la derecha, por su parte, acostumbran a decir en particular que para oponerse con fundamento a un gobierno hay que, primero, haber gobernado, ya que sin el conocimiento previo de lo que debe ser ejecutado por el otro, ¿cómo se va a saber lo que puede atacársele con razón? Los de la izquierda suelen defenderse de este y aquel argumento con el contraataque de rigor: ¿cómo va la izquierda a gobernar bien si no la dejan llegar al poder, y, si llega, no la dejan actuar, puesto que aquí lo público está escriturado? 

Al respecto, he pensado en lo oído a distancia en ciertos círculos que hasta el domingo serán opositores, y, desde el mismo día, por primera vez decisores: todo poder es cuestión de derechas, incluso el poder de la izquierda cuando se vuelve tal. Eso quiere decir, si no entiendo mal, que la preocupación fundamental de una concepción extremadamente participativa de la sociedad es abolir casi toda manifestación de mando político, puesto que en ello parecen ver sus promotores la expresión de una nueva forma de opresión… o algo así. De modo que, para esta corriente (caben aquí ecologistas, feministas, abortistas, indigenistas, anticapitalistas, activistas homosexuales, etc.), muy seguramente un gobierno como el de Gustavo Petro no debe de tardar en volvérseles opresivo. 

Ahora bien, medidas de Estado el presidente tiene que tomar, ejecuciones debe hacer y alianzas se verá forzado a edificar con sectores contrarios a la doctrina gobiernista para de esa manera sacar adelante su agenda legislativa, por poner unos ejemplos. En ese contexto, que él asuma posturas que semejen imposiciones será mera cosa cotidiana, y lo esperable entonces sería que una coalición de gobierno, por matizada que sea, se mantenga relativamente estable aun en medio del conflicto de poder. En general, no sería conveniente que, a las primeras de cambio, el peor enemigo del nuevo Gobierno de repente esté formado, al menos en parte, por elementos surgidos de su propia entraña, fenómeno que se prevé desde ya sin que aún se haya formalizado siquiera la posesión presidencial. 

Con esto no estoy sugiriendo que no deban darse al interior de los partidos o movimientos políticos discusiones, disensos y hasta diferencias irreconciliables, todo lo cual me parece necesario y deseable; sino que, sabiendo como sabemos que las peleas que se presentan entre políticos profesionales tienden a ser menos idealistas que materialistas (léanse burocracia y presupuesto público), a nadie va a hacer daño que esta nueva etapa que el país inicia ahora, no sin resquemores y reservas, sea abordada con la mayor transparencia y madurez posibles, tal y como el propio presidente electo lo indicó con hechos, al haberse reunido personalmente con el expresidente Álvaro Uribe en semanas pasadas. En esa ocasión, ambos líderes dieron muestras de realismo. ¿Por qué no ensayar un sistema de gobernar y de oponerse que se parezca más a la paz y menos a la guerra?