Deporte peligroso

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eimar Pérez Bolaños

Eimar Pérez Bolaños

Columna: Opinión

e-mail: eimar.perez@unad.edu.co


Parecerá un cuento, de esos sacados de la ficción, como cuando uno lee a Dostoievski o a Bukowski, pero al igual que ellos, mi narración, es sólo el reflejo de una realidad, de unas circunstancias; la radiografía del tiempo en que vivimos, que, sin querer se va naturalizando y lastimosamente haciendo costumbre, hasta el punto de decir ¡no hay que dar “papaya”, “hay que cuidarse”.

El pasado 8 de julio, como es rutina personal, salí del lugar donde vivo en la ciudad de Santa Marta – Magdalena, era un viernes, de esos en los que mis ánimos casualmente son más enérgicos, había descansado en plenitud, me disponía a realizar mis ejercicios matutinos en el gimnasio de siempre, luego de un baño, me dispuse, tomé mi termo con agua para la necesaria hidratación, “mi canguro” o “mariquera” como decimos en la costa caribe colombiana, en su interior, el celular, mi billetera, unas llaves y unas cuantas monedas.

Decidí ir caminando, pensando en un precalentamiento de unos aproximadamente 12 minutos que tardaría en llegar al sitio de entrenamiento. Al salir de la casa, observaba varias personas que se disponían a lo mismo - es natural en el sector - caminé a pasos firmes y decididos para que mi ritmo cardiaco fuera tomando forma, también invadido por varios pensamientos como es natural en mí a esa hora de la mañana, como, por ejemplo, reflexiones filosóficas, sumado a los compromisos del día, además, algunos planes para el fin de semana.

Al salir a la avenida principal, un sector conocido como las “bodegas Donado”, vi el panorama lleno de deportistas, unos trotando, otros caminando y otros en bicicleta, mi destino estaba cerca. Al cruzar la calle en toda la entrada de las bodegas, de forma intempestiva, fui abordado por dos sujetos en motocicleta, el “parrillero” o “pato”, baja de la moto con la mano entre los sucios pantalones, casi que en estado de desequilibrio - intuyo que por consumo de drogas -, mira mis zapatos y luego me dice: “dame todo”, por fortuna mi razón en todo momento estuvo intacta y comprendí que ya era víctima de un atraco, entregué “el canguro” y me responde: “quédate quieto o te estallo”, a lo cual agregué no me hagas nada; a lo cual responde mi victimario: “dame el celular”; le dije está dentro; me dice nuevamente: “no te muevas o te estallo”, se me acercó y me esculcó; le respondí nuevamente, no me hagas nada. Se montó en la moto y se fueron lentamente, el conductor me hizo una seña de intimidación en medio la huida. Luego las personas que vieron el hecho y el vigilante de la bodega se acercaron y lamentaron lo sucedido, afirmando que el sitio se había puesto “caliente”.

En medio de la impotencia, regresé a la vivienda, hice la respectiva denuncia virtual y bloqueo de las cuentas. Pensé de momento, di “papaya” y a la vez me interrogaba: ¿Acaso no tiene derecho el ciudadano a hacer deporte? o ¿tenemos que salir indocumentados y sin ningún medio para comunicarnos en caso de una emergencia?, ¿Por qué limitarnos en nuestras libertades y justificar la delincuencia?

Sé que mi denuncia ante la fiscalía se convierte en un instrumento de investigación, pero también soy una cifra más, una víctima de la inseguridad, por fortuna puedo contar la historia, pero no puedo negar que me sentí atemorizado al ver que, al entregar las pertenencias el delincuente tenía o manifestaba una intención adicional. Vaya uno a saber ¿cuál?

El problema, empero, no está en salir a la calle con la ropa más vieja o sin nada de valor, lo cual no es garantía que salgas bien librado de un asalto. El problema es la inseguridad, que cada día se incrementa, cada día se hace más visible, más cercana y más lamentable.
El deporte entonces se convierte en una práctica peligrosa, riesgosa y limitada en sus posibilidades. ¿Qué hacemos?