Traidor a su clase

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



 La expresión del título se utiliza a menudo para referirse al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, patricio que rehusó gobernar solo para sus amigos en un momento de extrema urgencia nacional, y que sí lo hizo con criterio patriótico.
Mucho tiempo después, se apropió de ella para identificarse ante la historia el que sería su equivalente colombiano, Juan Manuel Santos, por allá en el año 2010, cuando quiso significar con ello que su gobierno sería más de centro que de lo esperado, así esto disgustara a sus allegados. En ambos casos, el epónimo y el local, puede tenerse la certeza de que ninguno de los dos líderes actuó movido por convicciones sociales (¿qué son tales, al fin y al cabo?), sino a partir de estrictas consideraciones políticas, a su vez determinadas por el sereno cálculo, la exacta medición de las circunstancias, y, especialmente, por un pragmatismo a prueba de resentimientos o tentaciones retaliatorias, fantasías autocráticas o delirios de impunidad.

Dicha practicidad no fue en las dos situaciones aludidas, por supuesto, sino el reflejo natural de sendas personalidades en extremo realistas y alérgicas a sentimentalismos, atributos que deben ser catalogados como positivos en tratándose de la dirección de la cuestión pública al más alto nivel. Pues, en últimas, ¿existe acaso otro camino para lograr salir andando en dos piernas de la tamaña responsabilidad asumida al ser el jefe de un Estado? Experiencias ha habido de individuos que soñaron haber arribado a una situación de intangibilidad política o jurídica una vez fueron designados presidentes de un país, eventos en los cuales las resultas sociales y económicas de aquello no tardaron en manifestarse funestas para los pueblos que tuvieron que padecer su propio error. Pienso ahora en varios países latinoamericanos, tan parecidos a Colombia y a la vez tan diferentes.

En este momento, la esperanza se centra en la persona de Gustavo Petro. En que, de nuevo, contemos en la Casa de Nariño con un traidor a su clase (no a su clase social, sino política); o sea, con alguien poseedor de la presciencia suficiente para ver en el plazo más largo posible, y que al mismo tiempo sea lo suficientemente racional para aceptar que no todo lo prometido en campaña podrá ser cumplido por la mera voluntad presidencial, puesto que hay límites que solo pueden traspasarse de forma públicamente consensuada. Si, con hechos de buena voluntad, se hace germinar la confianza en que este proceso se hará de forma en verdad jurídica, lógicamente el país que no votó por la izquierda terminará por respirar mejor, y con él lo hará también la otra mitad. No conozco manera distinta de conservar la estabilidad, aún en medio de un ambiente reformista.

Los que creemos en la madurez del pueblo estamos a la expectativa, guiados por la disciplina del prudente optimismo. Mientras se dan los anuncios acerca de la conformación del nuevo Gobierno, del correspondiente empalme y de las bases del Plan Nacional de Desarrollo, habrá que mantener la atención puesta en las señales que van llegando. Poco a poco se irá delineando cómo daremos trámite, en condición de sociedad, a las nuevas realidades dictadas por la democracia.