Controlar los sectores y recursos estratégicos

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



La globalización, entendida como la integración de los países por medio del intercambio comercial, ha dejado cosas buenas y cosas malas. Casi todo en la vida tiene pros y contras. El entendido al abrirle las puertas a Rusia y a China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), era que por medio del comercio y la creación de una clase media, estos países abrazarían eventualmente la democracia. Era tanto el deseo, que a ambos países se les ha dado trato preferencial y se les hicieron concesiones a expensas de los países occidentales desarrollados.

Rusia y China tienen tradiciones autoritarias y por tanto el concepto de democracia y su aplicación no son fáciles de asimilar. De hecho, Rusia después del desmantelamiento de La URSS, supuestamente había abrazado la democracia, pero rápidamente volvió a lo que le es tradicionalmente natural: el autoritarismo.

Podríamos decir que una de las grandes derrotas de la globalización fue no haber logrado que la democracia se impusiera como sistema político en el mundo. La democracia no es una fórmula mágica que resuelve los problemas de un país de la noche a la mañana; para ser exitosa requiere de un ciudadano maduro, del cual carecen la mayoría de los países subdesarrollados. Pero en el intento por construir este nuevo orden mundial democrático apalancado en el intercambio comercial se crearon dependencias o interdependencias entre Occidente y China y Rusia que llenaron las arcas de estos últimos y los ha llevado a creer que están en posición de imponer en el mundo su supremacía y un modelo neocolonialista.

El precio que ha pagado Occidente por esta equivocación comenzó a hacerse palpable con la pandemia Covid, cuando en medio del sálvese quien pueda, Occidente despertó a la realidad de que China tenía el control de la fabricación de los implementos que se necesitaban para manejar la pandemia y de las cadenas de suministros. A pesar de ser China la culpable de la pandemia, incluso bajo sospechas de que era un virus creado en un laboratorio, Occidente se vio obligado a trabajar con China para tener acceso a los insumos requeridos.

Ahora con Rusia sucedió otro tanto. Europa debido a su agenda verde, se hizo dependiente de los hidrocarburos rusos, lo cual fue un aliciente para Putin, quien creyó poder invadir Ucrania con total impunidad.
Lo triste y dramático de toda esta historia, es que todos los recursos que China y Rusia han obtenido de los términos comerciales favorables no han sido utilizados para mejorar el estándar de vida de sus ciudadanos sino que han sido invertidos en armas para darle rienda suelta a sus ambiciones imperialistas.

Hoy es evidente que Occidente tiene que replantear el comercio mundial y retomar la producción de bienes y servicios como asunto de seguridad nacional. No hacerlo sería exponerse al chantaje de China y Rusia y además seguirles dando los recursos para que sigan armándose y eventualmente decidan tomarse el mundo por la vía de la fuerza. No podemos seguir alimentando al león bebe que con toda seguridad nos va a comer cuando crezca.

Europa está aprendiendo la lección de una manera dolorosa, y hoy es consciente de que la defensa estratégica del territorio exige también que fortalezcan la NATO, como tantas veces se los pidió Trump cuando era presidente de los Estados Unidos. A casi todos los países les gustaría invertir en lo social y ahorrarse el gasto militar, pero la realidad del mundo es que los países deben invertir en lo militar para poder enfrentar las amenazas contra su integridad. Si queremos paz, debemos estar listos y dispuestos a hacer la guerra.

Cada país deberá decidir cuáles son los sectores estratégicos para su seguridad y garantizar el control de los mismos. No es posible seguir durmiendo con el enemigo.