Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Que todo está caro, carísimo, es una gran verdad que perciben los ciudadanos de manera directa en su diario vivir. Ya no son pocos los colombianos los que se preguntan si no habrá quienes se estén beneficiando indebidamente de esta pesca en río revuelto que han resultado ser los dos años de pandemia por completarse (de la que hasta una guerra mundial puede salir, por increíble que parezca). Concretamente, hay suspicacia sobre si, a más de los coletazos económicos explicables a partir de la reactivación productiva, ha habido especulaciones en los precios que superan a la inspección estatal; examen que, en una economía de mercado wannabe, como la colombiana, es igual más bien escaso. Esto último, por supuesto, tiene una razón de ser: una economía de mercado es un escenario en el que, ante todo, se esquiva la desincentivación del aparato productivo nacional.
Esto se puede resumir con la idea de que es “mejor malo conocido que bueno por conocer”. En Colombia no existe el control de precios como regla general, pero hay excepciones: los regímenes de control directo, libertad regulada y libertad vigilada. Ninguno de tales tiene que ver con los insumos que necesita, para preparar el almuerzo de hoy, por ejemplo, el ama de casa que quiere alimentar a sus hijos. La inflación colombiana actual golpea donde más duele en un país que supuestamente recorre las vías del desarrollo desde hace décadas: en la comida, es decir, en el hambre.
Por otra parte, a finales del año anterior se informaba, sobre la inflación global, que la reactivación acelerada había sobrepasado la capacidad de producción de los Estados (restricciones sanitarias, dificultades con el transporte marítimo y terrestre, demanda desatada de bienes, etc.); y que por eso en Colombia no podría dejar de sentirse dicha carestía mundial. Entonces, la cosa es así: no se puede contrarrestar la inflación global, pero tampoco es dable controlar los precios; y, la receta ortodoxa del Banco de la República, que es la de subir las tasas de interés para frenar la inflación, es obstruida por Duque al llamarla “brusca”, porque eso afecta la inversión empresarial, que, según él, es lo único que vence a la pobreza (a través del “crecimiento”). Precios altos, Gobierno inmóvil.