Delitos hormiga

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Hay delitos casi invisibles; tipo hormiga, diría yo. Aparentemente, son irrelevantes y su impacto parece mínimo, pero en algunos casos, el perjuicio es evidente y significativo. Hace unos días, la poderosa UEFA envió una advertencia a la pizzería Wolke, localizada en Hesse, Alemania. La razón: el nombre de una de sus pizzas, Champignons League. La poderosa organización alega que el nombre que usa el restaurante se parece mucho al del importantísimo torneo futbolístico, Champions League, y considera que viola sus derechos patrimoniales. ¿Es o no un delito? ¿Hasta dónde un juego de palabras para nombrar una pizza en un pequeño local comercial en una alejada población de 89.000 habitantes afecta a la UEFA?

La piratería marcaria es un delito frecuente; consiste en registrar marcas ajenas cuando aún no lo han hecho los titulares en países distintos. También, la falsificación a gran escala de productos casi iguales a los originales. La mercancía falsa es un grave problema para productor y consumidor; las marcas de mayor prestigio son las más afectadas. Estos y otros delitos a la propiedad intelectual están penalizados a nivel orbital, pero algunas legislaciones son tolerantes. En el caso de la pizzería alemana, ¿hay un delito realmente o es apenas un gracejo inofensivo? ¿Cuál es la afectación a la organización futbolera europea por el juego de palabras?

Hace unos pocos años, un informe de la Revista Portafolio situaba en China el origen de la mayoría de los productos falsificados y pirateados. Un estudio conjunto de la OCDE y la Oficina de Propiedad Intelectual de la UE determinó que el impacto económico de los mismos asciende a un 2.5% del comercio global, hoy unos USD 500.000 millones anuales. En Europa, el porcentaje asciende a un 5%. Mas del 60% de esos productos fraudulentos son productos alimenticios, farmacéuticos, ropa y accesorios, joyerías, equipos electrónicos y celulares, dispositivos médicos, ópticos, fotográficos y juguetes. Las calles del mundo sirven de bazares ambulantes para toda clase de mercadería fraudulenta que, en nuestro país, tienen componentes adicionales como el contrabando y el lavado de activos; esto también ocurre en el primer mundo. El comercio electrónico sigue siendo un canal efectivo para distribuir esa mercadería a la que se deben agregar licores, perfumes, libros, música, autopartes, software y muchos otros productos. Tan rentable negocio en situaciones sociales tan complicadas como la colombiana es difícil de combatir.

Crear un producto de calidad o un excelente servicio, desarrollar una marca o posicionar una empresa significa la inversión de grandes capitales, esfuerzo intelectual y tiempo valioso. Cada inventor, escritor, artista o creativo ve su esfuerzo dolorosamente usufructuado por inescrupulosos personajes que se roban el trabajo ajeno. Pero es peor el daño cuando la salud de los compradores aparece comprometida por medicamentos, alimentos, cosméticos, licores y otros productos potencialmente riesgosos; muchos compradores no son conscientes del problema subyacente a un producto fraudulento. En otras ocasiones decide el escaso poder adquisitivo del comprador, la incapacidad punitiva del estado y la complicidad de funcionarios venales; incluso, la novedad del bien adquirido que aparece primero en otros países previa o simultáneamente con el original. Hay de todo.

Hace años, la ANDI tenía convocatorias itinerantes para advertir acerca de los potenciales daños inherentes a los productos fraudulentos. Las autoridades hacen sus mejores esfuerzos, los legisladores actúan, pero el problema persiste y crece a diario sin soluciones aparentes, al menos en el corto plazo. Perseguir al eslabón débil de la cadena es poco efectivo; las organizaciones se diversifican, cada día son más sofisticadas y trabajan en conjunto con otras bandas. Los expertos han planteado distintas soluciones y siguen haciéndolo. El problema no es el pequeño negocio que bautiza su local con un nombre que ofende al poderoso o un logo similar al del negocio magno; el problema es el imitador de camisetas o de celulares, o el falsificador de medicamentos o alimentos. Ahí es donde el delito pasa de hormiga a elefante.