Literatura después de la Revolución mexicana

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



No hay duda de que en México la Revolución de 1910 constituye un hito al que hay que recurrir para comprender muchos de los cambios que ese país ha experimentado durante poco más de un siglo. La cultura, y en general la vida mexicana, gira en forma diferente a partir del triunfo revolucionario logrado en 1916. Se destaca, entre estas fechas, la reapertura de la Universidad Nacional, que había sido clausurada por el emperador Maximiliano.

En literatura, comenzó a languidecer el Modernismo, introducido por el nicaragüense Rubén Darío. Después de la muerte de este poeta, en 1916, aparecieron los Contemporáneos y los Estridentistas, quienes trataron de combatir el mensaje revolucionario con el Vanguardismo y la experimentación formal. Sin embargo, en las décadas de los años 20 y 30, los llamados “Poetas de la soledad” –José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, entre otros– siguieron encarnando el ideal revolucionario. En la escena literaria aparece Alfonso Reyes, poeta, ensayista, narrador, traductor, humanista y pensador. De él dijo Jorge Luis Borges: “Es el mejor prosista de lengua española en cualquier época”.

En prosa, la novela “Los de abajo” (1916), del modernista Mariano Azuela (1873 - 1952), dejó como recuerdo las matanzas de la guerra. Azuela era médico; fue protagonista en esa confrontación armada y escribió su obra en medio del fragor de los combates. Mucho más tarde, la narrativa de Juan Rulfo (1917 - 1986) mostraría una huella de la soledad que los conflictos de la Revolución dejaron en los desencantados habitantes de los desérticos campos mexicanos; su relato “Nos han dado la tierra” es un testimonio de ello. Rulfo es el autor más destacado de la literatura realista mexicana: “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” fueron suficientes para inmortalizarlo.

A mediados del siglo XX, México todavía seguía siendo un país en busca de una definición. Ese es el tema predominante en los ensayos de Octavio Paz (1914 - 1998), premio Nobel de 1990. Sin embargo, la literatura encuentra su cauce en autores jóvenes que indagan en el pasado de su nación pero escriben con la mira puesta en nuevas técnicas narrativas. Es imprescindible citar a Carlos Fuentes (1928 - 2012), con su novela “Los días enmascarados” (1954), a la que siguió “La región más transparente” (1958). Este autor se había sumergido en las corrientes de la novela experimental de Joyce y Faulkner, de las que asimiló la técnica que le permitió representar los procesos mentales de sus personajes. Otra obra de Fuentes es “Las buenas conciencias” (1959). En “La muerte de Artemio Cruz” (1962), utiliza el fluir de la conciencia y juega con los pronombres personales para situarse, alternativamente, en el papel del moribundo Artemio, en su conciencia o en el propio narrador. Fuentes es uno de los representantes del llamado “Boom literario latinoamericano”.

Es necesario volver atrás y posar los ojos sobre la novela “Los de abajo” para entender la importancia de la revolución mexicana. Octavio Paz dijo en algún momento que “la Revolución, a pesar de la barbarie, salvó a México de las dictaduras que flagelaron al resto de países de América Latina a lo largo del siglo XX, pues esta novela, alejada de los artilugios propios de literaturas anteriores, retrata desde adentro conflictos reales de la Revolución”. Por su parte, el escritor colombiano Alfredo Baldovino Barrios, al referirse a esta obra, afirma: “’Los de abajo’ surge en un momento histórico en el que en la literatura latinoamericana deja de tener importancia el bien decir ante la necesidad de retratar la realidad del propio continente sin ponerle pañitos de agua tibia”.