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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Mario Hernández, ícono del empresariado colombiano, en los últimos tiempos ha sido una voz activa en la discusión de la problemática colombiana. La semana pasada a raíz del abuso cometido por Avianca en la compra de un tiquete, la denuncia hecha por el empresario se volvió viral.

Como frecuentemente sucede en las redes sociales, algunos desviaron la discusión para cuestionar al empresario porque sus productos manufacturados en China y Brasil. Incluso una persona que adquirió unos artículos que tenían etiqueta de Hecho en China, dijo sentirse estafada. Otro le pidió que trasladara la producción de zapatos de Brasil a Santander, donde dice que hay una industria capaz de suplir las tiendas de Hernández.

El empresario explicó lo obvio: en Colombia no hay cómo producir los artículos que él produce en la cantidad, con la calidad y los costos que hacen sus productos competitivos y asequibles a la clase media colombiana. ¿Por qué sucede esto? Dos razones: economías de escala y la estructura de la cadena de suministros y logística.

Si Hernández no tuviera la posibilidad de producir en China y Brasil, los mismos productos manufacturados en Colombia costarían diez veces más y el precio al consumidor final los colocaría fuera de las posibilidades económicas de muchos que hoy tienen la posibilidad de adquirirlos. Al consumidor le tocaría absorber en el precio las ineficiencias de producir en Colombia porque como es natural, el empresario traslada los costos al consumidor.

El prejuicio de que lo chino es de mala calidad no necesariamente tiene asidero en la realidad. Como bien lo explicó Hernández, hoy muchos productos son manufacturados en China. Por ejemplo, veo gente felicísima pagando un dineral por un iPhone hecho en China, y nadie se siente estafado. En China se producen artículos de altísima calidad porque las empresas interesadas tienen un sistema de control de calidad de primer nivel y hubo transferencia de know how. Otro tanto sucede en Brasil, cuyos zapatos se venden en todo el mundo. El reclamo de la persona fue totalmente absurdo; no cuestionó el diseño ni la funcionalidad ni la calidad de los productos que compró. Y la invitación a producir zapatos en Santander es conmovedora por lo inocente.

El complejo arribista de muchos compatriotas es tragicómico. Hecho en China, marca extranjera y pagan lo que sea sin chistar. Hecho en China, marca Hernández, no vale eso, es una estafa. Hay un problema de fondo respecto a la ambivalencia que como sociedad manejamos frente a lo colombiano; nos parece que es inferior y vale menos, pero a conveniencia nos arropamos en la bandera cuando creemos justificado posar de nacionalistas. Sufrimos de esquizofrenia y bipolaridad, y por esto somos presa fácil de los populismos nacionalistas y somos adictos a las agitadas de trapo. Nos cuesta mirar el fondo y cuestionar a quienes venden el facilismo.

Aunque el caso de Hernández y las reacciones generadas parecieran un tema suelto, no lo son. Son producto de una psique colectiva disfuncional y construida sobre la desinformación galopante de los medios, y que prontamente tendrá que decidir su futuro en las urnas. Ya se escuchan las recetas milagrosas: hay que dejar de importar, hay que producir en Colombia, si al aguacate y no al maldito petróleo, imprimir billetes para eliminar la desigualdad, expropiar tierras y reforma agraria, repartición forzada de utilidades con los empleados y quien sabe que más. Venden utopías a ciudadanos incautos que se las compran a ojos cerrados sin darse cuenta de que esas “utopías” han sido la perdición de muchos pueblos.
Lograr que el sistema productivo de un país sea competitivo es un proceso de largo aliento que requiere el concurso de todos los que participan en la economía. Esto no es asunto de soplar y hacer botella.