Es incomprensible

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



A propósito de la caída de WhatsApp, Facebook e Instagram el lunes pasado, son muchas las verdades que están queriendo salir a flote acerca del negocio multimillonario de las redes sociales y de sus consecuencias en la psique de las personas que las usan sin intermitencia, aunque algunas otras certezas ya venían siendo insinuadas antes.
Parece que el muy estratégico Mark Zuckerberg, señor de las tres aplicaciones referidas, quiso adelantarse a los ataques que –ya sabía- iba a recibir en el Senado estadounidense, merced a las deposiciones de extrabajadores inconformes que ahora serían testigos de cargo en contra de él y sus empresas. Así, a mediados de septiembre pasado, Zuckerberg se anticipó (quizás para poder tener el control total de la historia) y entonces Facebook reveló, a través de The Wall Street Journal, un supuesto “estudio interno” que demostraba cómo Instagram puede causar depresión, ansiedad y baja autoestima en algunos de sus usuarios, y cómo empeora los problemas de percepción de la imagen corporal en un tercio de las adolescentes.

Estoy muy lejos de considerarme abogado de oficio de nadie, y menos de Zuckerberg (uno no puede decir nada en voz alta porque el teléfono espía en seguida envía publicidad relacionada con lo dicho), pero convengamos en que cuesta trabajo entender la mecánica de este asunto. ¿Será posible que vivamos en una época tan inaudita que la debilidad mental de ciertas personas sea atribuible, ya respecto de sus causas, ya de sus efectos, no al paciente y sus decisiones libres, sino al ambiente general al que todos, absolutamente todos los seres humanos (en mayor o en menor medida), nos encontramos expuestos (de una u otra forma)? Sí, todo indica que es posible. Si Mark Zuckerberg tomó la decisión de auto-inculparse prematuramente, y con ello perder un dinerito, fue porque sabía que la descarga que se le venía en el Congreso yanqui era aún peor, y, así, su propia incriminación habría sido damage control previo. Quién puede saber si lo del lunes está también relacionado o no.

No uso Instagram ni sé muy bien en qué consiste su modelo de negocio (¿fotos?, ¿no se pueden subir ya fotos en Facebook y Twitter?), pero tengo entendido que se trata de favorecer, claro, la exhibición de una vida casi perfecta: hombres y mujeres jóvenes con apariencia de atletas, bolsillo de aristócratas venidos a más, trabajos a la medida que “se aman” con locura, viajes a cualquier parte del mundo, y una placidez que, las fotos lo dicen sin decirlo, sencillamente no-se-puede-ocultar.

Es como si la idea fuera, según me han contado, demostrar con ansiedad que se es feliz y realizado; que se ha alcanzado el paroxismo de la voluptuosidad, y que –en voz baja te lo dicen- es veraz que si no alcanzas este nivel de superioridad –moral, económica, física-, a lo mejor, sí, hay razones válidas para que un buen día te pegues un tiro, y ya está, de modo que no sufras más por tu mediocridad. Pero ¿no ha sido esto siempre así? Y, más concretamente, ¿no se dijo lo mismo en su momento cuando surgieron la radio, la televisión, las revistas de modelos, todas más o menos vías de difusión de existencias “mejores”? Diríase que hoy no se puede mantener a raya el infantilismo.