Los afanes de la integración latinoamericana (¡)—añejo anhelo desde nuestra propia formación como entidad geopolítica--, se reviven con alguna intermitencia, según la intensidad que marque el pulso de tendencias y partidos de la región. Allende, Pinochet, Chávez, los Castro y las propias dictaduras del Cono Sur, la han impulsado, por lo que no es del credo exclusivo de nadie. Pero en justicia, hay que reconocer que la izquierda regional ha sido más acuciosa y grandilocuente en su promoción, hoy fracasada, por privilegiar, creemos, el ingrediente político, soslayando el verdadero desafío de aunar esfuerzos y voluntades hacia objetivos comunes de otra estirpe, más nobles.
No obstante, se mantiene la penosa constante histórica de fracasos y desaciertos, como resulto evidente en el reciente encuentro continental realizado en México. Según los analistas, el momento que vive la región, no puede ser más “desabrido” e inoportuno para esos propósitos, por los altos niveles de “polaridad del subcontinente”, desde el Rio Grande a la Patagonia.
Nada que ver con el espíritu de integración del Congreso de Panamá de 1826, convocado a instancias de Bolívar y Miranda. Mas bien lo que se respira hoy, es lo que Jorge Volpi con sutil ironía, en su libro “La Pesadilla del Libertador”, describe como los estereotipos de la “condición latinoamericana”: violencia, futbol y realismo mágico, cada más arraigados en la cultura de los gobiernos y las gentes. Nada que tenga que ver con la grandeza que exige la unidad, o que se relacione con los desafíos del espíritu.
Volviendo al tema, López Obrador, como anfitrión de la reciente reunión, no logro tender un solo punto de acercamiento entre los asistentes, y, antes, por lo contrario, a su despecho, se evidenciaron con crudeza, las posiciones de confrontación y antagonismo entre los Estados, con puntos de vista tan diferentes, como grandes las fronteras que los separan.
Pero es que, además, agregamos, para el tema que nos ocupa, Méjico, ha dejado hace tiempo de formar parte de América Latina¡¡. Su interés de integración mira más hacia E.U. y Canadá, que hacia sus hermanos latinos del sur.