Gabriel Principio

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hay personas que creen en el destino como se cree en lo inexorable. Otras son menos rígidas y consideran, en su análisis, circunstancias y decisiones en tanto factores equivalentes dentro de la mecánica interna de los acontecimientos individuales. Nada de esto es extraordinario ni nuevo: pocos lo ignoran.
No obstante, cuando se trata de estudiar los sucesos históricos, de vez en cuando emerge quien elabore teorías, a partir de hechos ciertos, que juegan a dar la razón a aquellos que piensan que, así como el destino particular es una realidad, también las gentes que pueblan los territorios del mundo han sido en su momento arrastradas por una fuerza irresistible como un torbellino, que les ha supuesto, por ejemplo, el padecimiento de infortunios y desdichas colectivas.

En 1908, el Imperio Austro-Húngaro (es decir, un Estado de entonces solo cuarenta años, integrado casi a la fuerza por austríacos y húngaros: una nación occidental claramente dominante, y otra, la magiar, con más coincidencias con los eslavos que con sus antiguos invasores, ahora compatriotas) decidió anexarse las provincias de Bosnia y Herzegovina, que desde 1878 habían estado sometidas a la mano dura austríaca, en claro desafío al viejo anhelo paneslavista de la Gran Serbia, según el cual los pueblos eslavos de los Balcanes debían unirse, quizás bajo el ala del Imperio ruso, familia próxima. A este verdadero polvorín, Sarajevo, decidió ir en 1914 el heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro, el archiduque Francisco Fernando, el día del patrón nacional de Serbia, ese 28 de junio, cosa tomada como provocación por la Mano Negra, grupo nacionalista y paramilitar serbio.

Primera coincidencia, rareza, fatalidad… Todavía faltarían, al menos, unas ocho más. La suerte de la humanidad daba muestras de reducirse a los mínimos. Un atentado contra la vida del archiduque y su esposa embarazada, por parte de la Mano Negra, debía hacerse a pistola –en la ruta por la que desfilaba el descapotado imperial- por un tal Mehmedbašić, que se acobardó en el último momento. Al ver esto, su compinche Čabrinović lanzó una granada de mano al automóvil, pero de milagro el conductor logró verla flotar en el aire y alcanzó a acelerar para salvarse; con ello, resultaron heridos los ocupantes del automotor de atrás, pues iban varios en caravana. Rato después, el archiduque sintió que debía visitar a las víctimas del asalto fallido. El gobernador de Bosnia y Herzegovina, Potiorek, olvidó dar orden al atento chofer del futuro sucesor de no tomar el circuito tradicional hacia el hospital, que franqueaba el corazón de la capital bosnia, debido a obvias razones de protección.

A tal olvido se sumó el grito del gobernador al guía del coche, ya en pleno trayecto, para que cambiara de vía; así, el motorista se puso más nervioso de lo que estaba y dio marcha atrás, pero mal, y la máquina se bloqueó. En ese instante, dicen algunos historiadores, Gavrilo Princip (desde el serbocroata, Gabriel Principio, por si faltaban presagios), de veintitrés años, que vagaba por el centro, a lo mejor rumiando contra sus idiotas colegas de la Mano Negra, se encontró a la pareja soberana frente a su acera y la mató a quemarropa. Principiaba, claro, la Primera Guerra Mundial.