¿Valiente?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Qué de valeroso tiene salir corriendo cuando las cosas se ponen feas?, ¿dónde está el mérito? Que alguien me explique, porque es claro que no lo entiendo. La deportista gringa Simone Biles, de veinticuatro años, una de las más premiadas gimnastas de todos los tiempos, se paralizó por el miedo al fracaso durante la semana pasada en Tokyo 2020, en la final del evento de equipos de gimnasia femenina, de la que se retiró; y, luego, ante las finales de las competencias de caballete y de barras asimétricas, a las que ni siquiera asistió. Cuatro o cinco días después (supongo que gracias a las –ahora sí- presiones que le llovieron), volvió y se llevó apenas la medalla de bronce en la barra de equilibrio. Era tarde. Tal y como se lo dijo a Biles el periodista inglés Piers Morgan: no hay nada de heroico ni de corajudo en la renuencia a competir solo porque no hay diversión; existe, sí, decepción frente a los colegas, los aficionados y el país representado. Nunca mejor dicha una verdad, aunque sea impopular y los de las redes sociales le hayan caído a palos al sincero Morgan. 

Lo que se le recrimina a Simone por parte de menos gente de la que debería hacerlo es el concepto fáctico de vanidad legitimada que transmite: “Está bien si no peleas contra tu debilidad mental, si no combates el miedo a caer, si evades la realidad”. Por haber salido de una persona que goza del privilegio de los focos y las cámaras, el mensaje enviado es grotesco, pues les enseña a los millones de jóvenes incondicionales en línea que tiene que es irrelevante si se esquiva la responsabilidad adquirida cara a los demás. No debe olvidarse que el trabajo de un atleta olímpico no empieza en la semana previa al certamen, sino que se trata de cuatro años (esta vez, de cinco) de intenso, y, en el caso de Biles, bien remunerado trabajo, solitario y grupal; de ahí que no sea pasable que en el último minuto se quiebre y no siga. Ciertamente, tenía que avanzar aunque supiera de antemano que iba a perder, ha debido ratificar que no duele tanto ser vencida como vanagloriarse de ser cobarde.

Por los mismos días, la mestiza japonesa Naomi Osaka salió con el idéntico argumento de la presión y no sé qué más cosas para defender la paliza que una checa le dio en las olimpiadas. Qué pensarán los duros japoneses de su representante, que ni de local pudo. A lo mejor son menos complacientes que el grueso de los yanquis y no le aplauden haberse valido de la bandera nacional para exhibirse si ya sabía que no estaría a la altura de la competición. Abundan los casos, además de los dichos, de deportistas olímpicos que han esgrimido problemas personales como justificación incontestable de su mediocridad en los resultados. Habría que recordarles a esos muchachos que vive gente en este planeta que sí que tiene conflictos, la mayoría peores que los de ellos, que aun así madruga a componérselas -a alimentarse con migajas-, sin que a nadie importe su lucha por mantenerse a flote.

A mí, la actitud de estos fugitivos de la dificultad me recuerda lo que no pocos hacen cuando les disgusta algo de la vida imaginaria de Internet: borrar, bloquear, eliminar, deshacer, etc. La vida real, en cambio, no permite la toma de estos atajos sin cobrar peaje o consecuencias. El deporte tampoco.