Sandeces

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Entre la estolidez y las sandeces se mueve el mundo frívolo contemporáneo. Fácilmente se confunde la trivialidad con la genialidad. Halla más simpatía en el vulgo un vulgar demagogo que un estadista responsable. Causa más admiración una buena jugada deportiva que una bendición Urbi et Orbi. Se lee con mayor fruición cualquier novela con temática intrascendente que una Encíclica. La trasmutación de valores permite que surjan ídolos de pacotilla o de “barro”, farsantes endiosados por cauda ignara. Sofistas que, a base de entinemas, o de dialéctica mendaz pretenden cubrir la falacia con manto de verdad.

Esta es suplantada por la mentira envuelta en narrativa táctica utilizada en el discurso de los falaces que tratan de imponerla como credo a incautos que impávidos la admiten y timoratos que, a sabiendas de la falsedad, la dejan prosperar. Como si fuera de sandios defender con valor el valor verdad, que es el que induce la actividad cognitiva del ser racional inclinado naturalmente a la búsqueda incesante de la sabiduría; hacia cuya adquisición se despliega ávidamente la motricidad de las criaturas dotadas de intelecto, que en su peregrinar por la tierra, de manera constante anhelan conocer y, para conocer, tienen que aprehender “lo que es”: la verdad, en concepto de San Agustín. Poseerla debe ser el ideal permanente, y defenderla un deber moral indeclinable. Jamás abandonarla para abrazar doctrinas engañosas contenidas en manifiestos que predican odio, ofrecen panaceas irreales presentadas como hermosas flores que ocultan las espinas y el áspid enrollada.  Con prodigalidad se le endilga el título de héroe a quien apenas hace el esfuerzo que está dentro del deber ser de quien aspira a lograr una meta. Se le corona con el calificativo de “capo” al que ejecuta una faena importante y loable; elogio que queda en entre dicho, pues ese vocablo se lo asigna el diccionario rector de la lengua española a “jefe de mafia, que suele ser persona principal en las familias cercanas a estas organizaciones ilegales”. Raya en estolidez o sandez trastocar esta descalificadora definición dada por el diccionario, para convertir al jefe de mafia en persona hábil o competente en una materia determinada.  Una sociedad decente y ética, no puede enaltecer a quien está  cobijado por la definición de “capo” inserta en el Drae. Ni la estulticia ni  la sandez son dignas de ostentar  la prerrogativa de romperle la espina dorsal al idioma castellano. Es mejor ser epígonos de Confucio, respetar las reglas del idioma y “llamar las cosas por su nombre”, como él lo pedía. Los eufemismos proliferan no para rescatar la pureza de la lengua – cada día más afectada por la procacidad- sino para disimular o encubrir conductas viciadas, delictuosas o criminales. Así ocurre cuando se denomina desadaptado a individuo incurso en conductas punibles; Confucio, en su sabiduría, lo llamaría simplemente criminal. Los eruditos izquierdistas de la CIDH en informe sesgado llaman “cortes de ruta” lo que en la cruda realidad constituye bloqueo u obstrucción ilegal de vías. Califican de vándalos tanto a los protestantes callejeros que originan desórdenes  y pintan grafitis, como a los que en las movilizaciones destruyen portales de Transmilenio, rompen e incineran buses en distintas ciudades del país, asaltan, saquean y destrozan establecimientos de comercio y bancarios; incendian Cais, hieren, intentan quemar y matan policías y civiles; bloquean vías propiciando  muerte de criaturas inocentes como los casos tétricos de los dos niños  que fallecieron en Bogotá cuando en distintas ambulancias eran transportados para ser llevados a los centros de asistencia médica y los promotores de los disturbios  no permitieron la circulación de esos vehículos. Evocando nuevamente al mencionado pensador chino, el  verdadero calificativo  que merecen todos los desalmados autores de tanta atrocidad es el de redomados criminales.