Discurso secuestrado, pueblos en segundo plano

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



No espero mucho de la pasada visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos –CIDH- a Colombia. Sustentaré por qué.
El Sistema Interamericano de Derechos Humanos –SIDH- es una imitación de la antigua estructura del Sistema Europeo de Derechos Humanos –ECHR-, en tanto aún se contempla dentro del primero una instancia de promoción de los derechos humanos (esa CIDH, con sede en Washington, D.C., Estados Unidos), que es más bien una pomposa intermediación hecha para ver si el asunto en cuestión (la posible responsabilidad internacional de un Estado) requiere de presentación ante una instancia judicial propiamente dicha con base en lo que el informe producido desde el aparato promotor contenga acerca de si se violaron o no las prescripciones de la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969 –CADH- por el través de un Estado parte.

A lo órgano de cierre, sucede entonces a la CIDH el pleno de juzgamiento referido (la Corte Interamericana de Derechos Humanos –Corte IDH-, ubicada en San José, Costa Rica), escenario en el que, ya dentro de una actuación procesal, se intentará vencer en juicio a un particular Estado con base en las provisiones de la misma CADH, en el trabajo previo de la CIDH, y una vez verificado el cumplimiento de determinados requisitos de procedibilidad. Por eso le llamarán sistema: porque existe gracias a un enrevesado y a la vez redundante entramado de expertos pagado por los Estados miembros de la Organización de Estados Americanos –OEA-. Sobre esto: creo que los Estados Unidos de América son todavía el mayor financiador del “sistema de derechos humanos más pobre del mundo”, aunque no haya ratificado la CADH –ni vaya a hacerlo jamás-, y, en consecuencia, no se puedan postular casos en su contra ante la Corte IDH. El gato divirtiéndose con los ratones.

La teoría lo aguanta todo, la práctica no. Desde hace décadas se ha demostrado que el funcionamiento del SIDH en su conjunto cojea en Latinoamérica (el grueso de su audiencia, en la que pocos saben siquiera que existe) no solo por su falta de cercanía conceptual con la gente, ni porque los yanquis (el Estado del que podría predicarse mayor responsabilidad internacional en el continente) lo hagan ilusorio con su “financiar, pero no participar”. En realidad, el factor determinante de la escasa llegada del SIDH al corazón de los asuntos sociales latinoamericanos bien puede ser el elemento humano encargado de decir cuándo y cómo un Estado está capturado por una élite, o por una mafia, y, en consecuencia, si la comunidad de naciones debe pronunciarse en la defensa de los que no tienen voz interna que lo haga por ellos. La constitución psicológica de quienes viven del SIDH no suele servir para tan ardua tarea, pues a menudo está nublada por ideología y fanatismo.

Como ejemplo, puedo relatar que hace muchos años conocí a una abogada sustanciadora de la Corte IDH. La invité a mi casa y le dije lo que quería escuchar. No fue fácil…, pero tampoco muy difícil. Bastó con que fingiera prestarle atención para que hablara de cosas de las que no podía hablar, e hiciera lo que no podía hacer. La justicia real no debería depender de mentes tan endebles.